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Críticas de Don Hantonio Manué
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Críticas 241
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
22 de mayo de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los destinos de un ladrón de poca monta hundido en la desesperación y un barón arruinado por su afición al juego se cruzan fortuitamente, surgiendo una afinidad inmediata entre estos dos seres en principio antagónicos, en esta adaptación de una obra de Gorki que preserva nombres rusos y sistema monetario en rublos pese a una ambientación francesa de principios de siglo.

El pobre muerto de hambre (genial Jean Gabin que por instantes se adueña de la cámara que le filma) es un maleante pero con buen fondo y que querría llegar a hacer algo con su vida, librarse así de la inercia de su devenir miserable, mientras que el de buena posición preferiría lo contrario, borrarse y no ser nadie, dormir sobre la hierba. Comparten por lo tanto idéntica mirada desengañada, no exenta de cierta esperanza de que un día las cosas sean de otra manera. Moviéndose en ambas esferas, la de los pudientes, con sus salones elegantes y criados con librea, y la de los menesterosos (absoluta pobreza, suciedad, necesidad económica siempre acuciante…), la mirada de Renoir se alza como una condena de todo un sistema social carente, sin embargo, de alusiones reales concretas, un poco atemporal. En este mundo que nos presenta todo lo soluciona un buen nombre, un matrimonio de conveniencia, o bien el puro fingimiento hipócrita y religioso.

La supervivencia es la norma fundamental en una comunidad formada por absolutos desechos humanos, individuos entre mágicos y grotescos, no sabemos muy bien si locos, borrachos o ambas cosas; un actor en horas (muy) bajas, un anciano que suelta perlas de sabiduría, un tipo con un acordeón (al que por cierto, dan ganas, muchas, de introducirle dicho instrumento musical por cierto conducto corporal)… cada uno de ellos con su estrategia particular para hacer frente a sus duras condiciones. Peores aún, por cierto, para las mujeres, sean pobres muchachas desvalidas o una femme fatale a la que se le ha pasado el arroz.

La película lo mismo seduce que golpea, es en buena medida un melodrama duro y desgarrado que parece sacado de una novela naturalista, con un triángulo amoroso cargado de violencia y relaciones envenenadas. Una estructura de poder inestable la que se forma en una pensión de mala muerte, que puede colapsar en cualquier momento. Pero es también una comedia que alterna estas miserias con esa vida que sigue ahí, pese a todo, como ese sirviente fiel que lo aguanta todo, la inocencia de los niños jugando, un improbable romance chaplinesco. Trama coral, libre en su desarrollo, conforme al retrato de unos “bajos fondos” o masa anónima, con su propia ¿conciencia de clase? en la que el crimen se diluye, cobrándose su terrible venganza.

Si un recurso visual destaca en el hacer del director es su preferencia por extensos y elaborados travellings, con los que describe con sumo detalle, indaga y nos mete en escena. A destacar el que recorre un restaurante al aire libre, el que sigue un objeto (la bandeja del desayuno) para a partir de ahí mostrar el cuadro completo de una propiedad embargada, o bien la fuerza y elocuencia de las miradas, las que siguen indignadas a un hombre conforme se adentra en el casino. Hay, en fin, encuadres, reencuadres, cuadros vivientes (esos jugadores en la mesa) a distintas alturas y profundidad, adquiere el desvencijado albergue una entidad propia sin la que no se entiende del todo la existencia de sus patéticos huéspedes.
Don Hantonio Manué
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8
19 de mayo de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En principio, "El mal no existe" es una película ecologista sobre un pueblo de montaña cuyos vecinos viven en contacto directo con la naturaleza y cubren sus escasas necesidades ayudándose mutuamente, hasta que llega una empresa con un proyecto de turismo neo-rural urbanita que constituye, lo saben, una seria amenaza para el ecosistema. Algo capaz de corromper esa naturaleza virgen y de alterar el equilibrio en favor del puro beneficio económico; aquel que no repercute de modo alguno en los locales, sino en los bolsillos de unos pocos, de esos que no tienen rostro ni dan la cara, ni saben nada de cómo funciona ese mundo rural que aspiran a convertir en un negocio a su medida. Hasta ahí todo bien, expuesto de manera simple y sin muchos matices. Pero esta premisa es solo la superficie de una película misteriosa que hará retorcerse de dolor a los puristas de la narrativa y de los talleres de guion, en la que, como espectadores, nunca llegaremos a hacer pie del todo.

Durante sus primeros compases, un plano nadir avanza sinuoso por el bosque mientras, a cuentagotas, emergen los títulos de crédito, seguido de las rutinas de un señor partiendo troncos, apilándolos tranquilamente y echándose un piti, en riguroso plano sin cortes. Un cine que diríamos contemplativo, muy sugestivo y que evoca a "Stalker" en su inmersión en una atmósfera como encantada.

Más adelante, esto se parece más a lo que es Hamaguchi; un cine de la palabra, otro relato que abunda en rupturas y elipsis, digresiones, onirismo, repeticiones que desconciertan. Una conversación en un coche, sin relación aparente con lo principal, o un viaje que transforma, que de repente humaniza a quienes parecían unos simples cantamañanas desempeñando un papel (de nuevo lo actoral, en cierto modo) y encontrándose el uno al otro... puro placer de filmar a gente hablando y abriéndose sin más, o al menos eso es lo que parece.

Los opuestos (campo y ciudad, día y noche, animales y humanos…), sin resolución aparente, de algún modo vertebran una propuesta falsamente sencilla, reveladora de una pureza y también de unas zonas de sombra que nadie sospecha que existen. Y sin que falte en el empeño un sentido del humor muy sanote (el descojonante concepto que, en sí mismo, supone eso del “glamping”), la querencia por lo cotidiano de un Ozu, tampoco sus encuadres frontales… pero en simbiosis con otro cine quebrado, discontinuo y que rehúye lo fácil; como lo hace una banda sonora que ocupa un lugar predominante y que incluso se corta con brusquedad, de aliento lírico y al mismo tiempo inclinada a lo atonal.

Lo que vemos acaba pareciéndose a un "Picnic en Hanging Rock", pero en Japón, conforme cae la noche, tiene lugar el enigma de una desaparición y una atmósfera entre mágica y turbadora, cargada de premoniciones, se apodera de las imágenes. Se nos pone cara a cara con lo que, a primera vista, parece incomprensible y sin lógica, aunque no por ello menos atroz. El mal no existe, o mejor dicho, sí que existe, pero más bien como consecuencia que sigue a unas causas, a modo de efecto mariposa (aquí ciervo malherido); lo apacible, inescrutable del bosque, de pronto puede revelar la lógica precisa, irracional, de sus contornos más crueles y despiadados.
Don Hantonio Manué
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5
13 de mayo de 2024
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una famosa actriz (López Arnaiz) con dudosas intenciones y armada con una escopeta vuelve a su pueblo natal del norte, que tuvo que abandonar después de ciertos sucesos oscuros del pasado.

Thriller de venganzas en torno a los abusos, las heridas del alma y también las físicas y que quedan a perpetuidad. Sobre los depredadores que, revestidos de una aureola artística y de prestigio, logran seducir a personas inocentes, jugar con ellas, para utilizar, dañar y, a la hora de la verdad, desembarazarse de ellas a conveniencia. La relación de hombre adulto y adolescente ingenua y llena de ilusiones pasa por un amor puro, pero nunca es igualitaria, contando además con la impunidad que permite el silencio cómplice de la colectividad.

La película en general lo tiene todo bastante claro y condena sin ambages a este personaje patético y despreciable, pero cuando llegamos al momento de la verdad, a ese estallido de la violencia y de la retribución, parece que le tiembla el pulso (como a la protagonista, vaya) y nos abandona en la incertidumbre y con nuevos interrogantes, de manera circular y conforme a la cita de T. S. Eliot: “en mi fin está mi principio”.

Como propuesta me ha parecido, tengo que decirlo, bastante inane. Genera y dilata un misterio, con una tensión considerable, para resolver algo que, precisamente, carece de mucho misterio y que nunca deja de ser lo que parece; un film de denuncia, sin ahondar en grandes sutilidades que, en el contexto actual, serían inadmisibles... a diferencia de “La mala educación” de Almodóvar, o lo que es lo mismo, algo mucho más provocador, denso y problemático en lo moral.

Y me tomo la libertad de comparar directamente esta Nina con el manchego por la sencilla razón de que estamos ante una copia de su cine al máximo nivel de descaro, más allá de que lo asuma como referente directo (sin alcanzar nunca sus dimensiones). Estética en colores fuertes, música efectista, homenaje al suspense clásico, vestuario, iconografía y referencias cinéfilas, presencia de la literatura… incluso los secundarios entre mágicos y simpaticotes, cierta deconstrucción temporal del relato, ese desgarro con un punto de nostalgia, o las alusiones a un folclore muy castizo en forma de procesiones y religiosidad popular, lo toma todo de Almodóvar.

La leyenda de la virgen, los cazadores furtivos y sus disparos que todos oyen pero ignoran… metáforas muy de chichinabo. Nos queda, pese a todo, una destreza de la directora con el montaje y la puesta en escena, con secuencias hábilmente resueltas, buenas interpretaciones (mayestática Arnaiz y siempre elegante y siniestro Grandinetti) y la esperanza de que Jaurrieta puede hacer cosas interesantes en el futuro, pero suyas propias y sin pretender imitar a nadie.
Don Hantonio Manué
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5
10 de mayo de 2024
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Viene a ser un cruce imposible entre una peli adolescente para plataformas, con muchas canciones, colorines, actores guapetes (aunque el Keoghan desde luego no está entre ellos), todo muy cool, con enredos varios, situaciones morbosas… y una cosa autoral, excesiva, entre la sátira sobre los ricachones y una comedia negra con ansias de provocación y de epatar al burgués, aunque como mucho epatará a las abuelas y sobre todo a sus nietas. La gen-Z también merece su peli-trauma particular y esto bien pudiera ser lo más parecido, pero no creo que llegue a tanto; sería demasiado pedir a estos tiempos de modas efímeras y fenómenos que no perviven más allá de lo viral.

Llama la atención que comience cuestionando a una clase alta por encima del bien y del mal, una gentuza hedonista, decadente y sin escrúpulos que habita su burbuja privilegiada, falsamente caritativos y con turbios asuntos personales que tensan sus relaciones, aunque lo disimulen hasta el grado del absurdo. Sin embargo, acaban por ser ellos las pobres víctimas, las criaturas mágicas, inocentes en el fondo, que son presa fácil para un engañoso y manipulador enemigo externo que, para colmo, es feo y es pobre. Ese prejuicio, ese clasismo galopante con que funciona esta peña no solamente no se condena, sino que queda (no sé si de manera intencionada o no) totalmente reforzado y justificado, a modo de conclusión. Me parece más fuerte esto que cualquiera de los intentos de escatología a lo John Waters que nos ofrece la directora, la verdad sea dicha.

Transcurre en 2006 (nostalgia dosmilera que ha llegado por fin), ni rastro de lo digital, pero los problemas que afronta son actuales. Narcisismo terminal, el de un tipo que aspira como bien supremo a una vida profundamente falsaria en ese Saltburn que parece una fantasía surgida de Instagram, un laberinto de espejismos y ficciones con los fantasmas shakespearianos de Ricardo III y de una soñada noche de verano, simulacro de ambientes góticos y criados con librea que se alternan sin rubor con mega-fiestas surrealistas junto a un millón de amigos falsos.

Ahora ser pobre no es lo peor que te pueda pasar, pues incluso la desgracia es capital social, con su pátina romántica. Lo peor para el protagonista es ser normal, anodino y de clase media, quizá con más suerte que sus predecesores: Tom Ripley, Julien Sorel y demás farsantes con ganas de medrar, deseosos de formar parte de aquello que más desprecian, tanto como desprecian cierta parte de sí mismos, aunque sea lo único que tienen en la vida… tales son las paradojas de unos individuos que siempre han tenido algo de inescrutables.

La película juega razonablemente bien la baza adolescente, la identificación con un héroe desvalido conforme se adentra en un mundo fantástico y de aprendizaje, engañándonos al meternos en ese pellejo y compartiendo su deseo. Visualmente logra sacar partido de los espacios, bastante imponentes, esa geografía tanto interna como exterior del lugar del título. Lamentablemente, aquí acaban las virtudes y la cosa deriva en un despropósito, para rematar el asunto pasándonos, de manera literal, la chorra por la cara.

Lo malo es que todo está machacado y explicado para que nadie se pierda (el vampiro, la araña, la polilla… lo pillamos, gracias). Se opta por lo fácil, y peor aún, por lo barato (secundarios de chiste con la Mulligan haciendo bulto).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Don Hantonio Manué
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7
6 de mayo de 2024
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Considerada a veces una especie de hermana menor de “Laura”, aunque no tengan mucho en común salvo el género y la misma pareja de actores, un pétreo Dana Andrews y una Gene Tierney en su rol angelical, es un nuevo ejercicio de cine negro que escarba en la podredumbre urbana, ya desde el momento en que arranca con el título escrito sobre el asfalto y la imagen de una cloaca.

Preminger, cineasta tachado a menudo de analítico y distante, nos pone ante un individuo que se mueve en la cuerda floja de la legalidad y el crimen, un policía amargado y de tendencias violentas que un día se excede con el sospechoso de un crimen cometido en un local de apuestas dudosamente limpias. No hay, por lo tanto, intriga sobre quién mata a quién, pues en todo momento vemos lo que ocurre sin trampa ni cartón. Descubrimos la frustración del tal Dixon, el engranaje sucio que le mueve en secreto; el pasado criminal de un padre a quien no vemos el pelo en todo el metraje, pero que actúa como estigma, la herencia emponzoñada de la que el hijo intenta librarse pasándose al otro lado. Pero cuanto más empeño pone en no ser como él, menos lo logra. Se plantea un incómodo paralelismo con el malo malísimo (amanerado y con pintas, cómo no), que le obsesiona y denota esa personalidad escindida y torturada. Al otro lado, ella, sin ambigüedades esta vez de ningún tipo y la única que le puede redimir, rescatar de su propio mundo de oscuridad y soledad asfixiante.

Un taxista, una vieja que lo ve todo, gente común y corriente que se ve involucrada sin pretenderlo, con su propia versión de los hechos. Un compañero que es objeto de desprecio y, sin embargo, no puede evitar volver a ayudar a quien es su amigo, mal que le pese. Un héroe de guerra cuya conducta inestable muestra lo hecho polvo que está, mas una cuestión espinosa como la del maltrato… personajes, en fin, todo ellos en conflicto. Se puede achacar, sobre todo, un final bastante precipitado y que parece sacado de la manga, que desluce un poco el conjunto. La decisión de nuestro hombre tiene tanto de acto moral, de vencer esos demonios, como de acción impulsiva propia de su carácter; parece que la dulce Tierney lo tiene muy claro en su bondad cristalina, pero no tanto nosotros, mientras la puerta se nos cierra definitivamente.

El aparente estilo sin estilo de Otto apenas contiene algún detalle elocuente: esa elipsis noche-amanecer para mostrar el insomnio y la culpa, socorridos elementos a modo de rejas que aprisionan. Un tren que pasa en el instante justo, el puente de Brooklyn remoto, pero presente a través de la ventana… y una cámara muy al servicio del guion de Ben Hetch que busca ante todo la precisión a la hora de moverse, a veces con tomas largas, y de filmar a los actores; en este apartado, no pierde ocasión en capturar en primeros planos ese rostro... el que podría ser el rostro con mayúsculas de la historia del cine.
Don Hantonio Manué
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