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Voto de Don Hantonio Manué:
7
Cine negro. Intriga Marx Dixon (Dana Andrews) es un conflictivo policía marcado por el fuerte carácter de su padre. En el transcurso de una investigación, hiere de muerte a un sospechoso y oculta el crimen. Un taxista (Tom Tully) es acusado como presunto autor del asesinato. Y, mientras tanto, Mark se enamora de su bella hija (Gene Tierney). (FILMAFFINITY)
6 de mayo de 2024
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Considerada a veces una especie de hermana menor de “Laura”, aunque no tengan mucho en común salvo el género y la misma pareja de actores, un pétreo Dana Andrews y una Gene Tierney en su rol angelical, es un nuevo ejercicio de cine negro que escarba en la podredumbre urbana, ya desde el momento en que arranca con el título escrito sobre el asfalto y la imagen de una cloaca.

Preminger, cineasta tachado a menudo de analítico y distante, nos pone ante un individuo que se mueve en la cuerda floja de la legalidad y el crimen, un policía amargado y de tendencias violentas que un día se excede con el sospechoso de un crimen cometido en un local de apuestas dudosamente limpias. No hay, por lo tanto, intriga sobre quién mata a quién, pues en todo momento vemos lo que ocurre sin trampa ni cartón. Descubrimos la frustración del tal Dixon, el engranaje sucio que le mueve en secreto; el pasado criminal de un padre a quien no vemos el pelo en todo el metraje, pero que actúa como estigma, la herencia emponzoñada de la que el hijo intenta librarse pasándose al otro lado. Pero cuanto más empeño pone en no ser como él, menos lo logra. Se plantea un incómodo paralelismo con el malo malísimo (amanerado y con pintas, cómo no), que le obsesiona y denota esa personalidad escindida y torturada. Al otro lado, ella, sin ambigüedades esta vez de ningún tipo y la única que le puede redimir, rescatar de su propio mundo de oscuridad y soledad asfixiante.

Un taxista, una vieja que lo ve todo, gente común y corriente que se ve involucrada sin pretenderlo, con su propia versión de los hechos. Un compañero que es objeto de desprecio y, sin embargo, no puede evitar volver a ayudar a quien es su amigo, mal que le pese. Un héroe de guerra cuya conducta inestable muestra lo hecho polvo que está, mas una cuestión espinosa como la del maltrato… personajes, en fin, todo ellos en conflicto. Se puede achacar, sobre todo, un final bastante precipitado y que parece sacado de la manga, que desluce un poco el conjunto. La decisión de nuestro hombre tiene tanto de acto moral, de vencer esos demonios, como de acción impulsiva propia de su carácter; parece que la dulce Tierney lo tiene muy claro en su bondad cristalina, pero no tanto nosotros, mientras la puerta se nos cierra definitivamente.

El aparente estilo sin estilo de Otto apenas contiene algún detalle elocuente: esa elipsis noche-amanecer para mostrar el insomnio y la culpa, socorridos elementos a modo de rejas que aprisionan. Un tren que pasa en el instante justo, el puente de Brooklyn remoto, pero presente a través de la ventana… y una cámara muy al servicio del guion de Ben Hetch que busca ante todo la precisión a la hora de moverse, a veces con tomas largas, y de filmar a los actores; en este apartado, no pierde ocasión en capturar en primeros planos ese rostro... el que podría ser el rostro con mayúsculas de la historia del cine.
Don Hantonio Manué
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