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Voto de Macarrones:
9
7,1
1.143
Drama
Diversos episodios de la vida de San Francisco de Asís. Francisco entendió la pobreza en un sentido estrictamente evangélico; él no tenía absolutamente nada. Amaba por encima de todo la creación de Dios, de ahí su amor a la naturaleza. (FILMAFFINITY)
21 de febrero de 2009
45 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
En esta película, Francisco explica al hermano León en qué consiste la felicidad perfecta. Para mí, la felicidad perfecta se parece mucho a ver esta película de Rossellini, mi favorita entre todas las suyas. También siento una enorme felicidad con las críticas del Hermano Lobo (Lupo en el siglo, digo en FilmAffinity), a quien dedico especialmente estas líneas.
Lo religioso se ha mostrado en el cine de muchas maneras, pero en pocas de una forma tan natural y plena como en esta hermosa película, en la que al modo de los devocionarios o de los libros de santos se ilustra con estampitas varios episodios de la vida de san Francisco de Asís. En ellos la vivencia religiosa está dominada por los valores de la humildad, el servicio, la dulzura y la alegría. Sin embargo hay algo triste detrás de una película tan exultante como ésta, y es que Rossellini parece mostrarnos un ideal, pero no un modelo. O, dicho en otras palabras, la crónica de la vida de san Francisco es también el relato de una pérdida, de una forma de vivir la religión que parece imposible hoy en día.
¿Cómo entienden a Dios Francesco y sus hermanos? Sólo lo podremos saber por su comportamiento, no por sus declaraciones, porque para ellos el ejemplo es la única doctrina y su experiencia de lo divino es ante todo vital, no intelectual. Son hombres que se sienten llenos de Dios y viven ajenos a toda angustia o duda existencial: para ellos lo sagrado es algo cotidiano y palpable y eso les permite una entrega ilimitada. En su comportamiento hay algo (mucho) de atolondramiento e idealismo adolescentes: se sienten impelidos a dar testimonio y a actuar, y su forma de hacerlo es ser extremadamente generosos con los demás. Así, si en otras películas Dios es presentado a menudo como una ausencia y una tortura personal, alguien a quien se reclaman responsabilidades por el dolor y los males del mundo, aquí es un gozo y una presencia continua, una forma de plenitud. No hay oraciones en silencio, sino cantos en comunidad: la capilla de Santa María de los Ángeles es un lugar tumultuoso con aires de fiesta infantil. Lo espiritual no es sinónimo de estatismo sino de todo lo contrario: Dios está en el mundo, en el trabajo, en el juego, en el amor por los demás. Francesco y sus hermanos no le buscan dentro de sí porque advierten su presencia por todas partes y salen al mundo para dar testimonio de ello. Cada hermano está encendido por lo divino como una llama que necesita prender su fuego en los demás.
Lo religioso se ha mostrado en el cine de muchas maneras, pero en pocas de una forma tan natural y plena como en esta hermosa película, en la que al modo de los devocionarios o de los libros de santos se ilustra con estampitas varios episodios de la vida de san Francisco de Asís. En ellos la vivencia religiosa está dominada por los valores de la humildad, el servicio, la dulzura y la alegría. Sin embargo hay algo triste detrás de una película tan exultante como ésta, y es que Rossellini parece mostrarnos un ideal, pero no un modelo. O, dicho en otras palabras, la crónica de la vida de san Francisco es también el relato de una pérdida, de una forma de vivir la religión que parece imposible hoy en día.
¿Cómo entienden a Dios Francesco y sus hermanos? Sólo lo podremos saber por su comportamiento, no por sus declaraciones, porque para ellos el ejemplo es la única doctrina y su experiencia de lo divino es ante todo vital, no intelectual. Son hombres que se sienten llenos de Dios y viven ajenos a toda angustia o duda existencial: para ellos lo sagrado es algo cotidiano y palpable y eso les permite una entrega ilimitada. En su comportamiento hay algo (mucho) de atolondramiento e idealismo adolescentes: se sienten impelidos a dar testimonio y a actuar, y su forma de hacerlo es ser extremadamente generosos con los demás. Así, si en otras películas Dios es presentado a menudo como una ausencia y una tortura personal, alguien a quien se reclaman responsabilidades por el dolor y los males del mundo, aquí es un gozo y una presencia continua, una forma de plenitud. No hay oraciones en silencio, sino cantos en comunidad: la capilla de Santa María de los Ángeles es un lugar tumultuoso con aires de fiesta infantil. Lo espiritual no es sinónimo de estatismo sino de todo lo contrario: Dios está en el mundo, en el trabajo, en el juego, en el amor por los demás. Francesco y sus hermanos no le buscan dentro de sí porque advierten su presencia por todas partes y salen al mundo para dar testimonio de ello. Cada hermano está encendido por lo divino como una llama que necesita prender su fuego en los demás.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Cualquier recreación histórica suele iluminar más sobre la época en la que se hace que sobre la que quiere evocar (por ejemplo, «Nabucco» cuenta mejor las aspiraciones de los liberales italianos del tiempo de Verdi que las de los judíos en su cautiverio babilónico o, en cine las películas históricas de Juan de Orduña –«Locura de amor», «Agustina de Aragón», etc. – en realidad sólo son representativas de los valores franquistas). En el siglo XX varios artistas muy diversos entre sí han sentido la llamada del santo de Asís, como es el caso del novelista Nikos Kazantzakis o el compositor Olivier Messiaen. Rossellini también utiliza el pasado y la figura del santo del siglo XIII para hablar "a" sus contemporáneos (pero no "de" sus contemporáneos: los valores del XX aparecen en negativo, por su ausencia). Su película es un canto a la inocencia y nos muestra cómo sin ingenuidad no hay idealismo. En 1950, cuando se rodó «Francisco, juglar de Dios», en el mundo podía haber restos del segundo, pero apenas de la primera. La falta de rebeldía de Francesco, su absoluta resignación con todo lo malo e injusto de este mundo y el antiintelectualismo de su mensaje no sirven de modelo para la izquierda; su canto a la pobreza como ideal de vida y la despreocupación por todo lo práctico o por la creación de riqueza, tampoco para la derecha. La vuelta radical a los valores evangélicos que defiende Francesco ni siquiera encuentra eco en la Iglesia católica que, como institución, hace muchos siglos que dejó de ser clandestina y subversiva y no parece dispuesta a renunciar a su preeminencia social como instrumento de poder y garantía de inmovilismo ideológico. En resumen, esta película, al cantar al santo italiano está, al tiempo, elevando un treno a unos valores no ya perdidos, sino, hoy por hoy, imposibles.
Además de lo dicho, «Francesco, juglar de Dios» es sobresaliente en sus aspectos formales y artísticos (guión, fotografía, interpretación, etc.). Pero no parece que la intención de Rossellini sea sólo alcanzar la excelencia cinematográfica (que la consigue) sino buscar algo más elevado. Porque no es una película concebida como espectáculo y ni siquiera como obra artística o documental, sino más bien como una oración, y por tanto está reclamando del espectador una mirada atípica, cómplice, atenta a la potencia poética de lo que se nos muestra. Si el lector tiene la fortuna de sentir esa complicidad, nunca podrá olvidar esta película. Yo no tengo fe, pero si la tuviera, sería sin duda un seguidor del poverello de Asís tal y como aquí se muestra.
Amén.
Además de lo dicho, «Francesco, juglar de Dios» es sobresaliente en sus aspectos formales y artísticos (guión, fotografía, interpretación, etc.). Pero no parece que la intención de Rossellini sea sólo alcanzar la excelencia cinematográfica (que la consigue) sino buscar algo más elevado. Porque no es una película concebida como espectáculo y ni siquiera como obra artística o documental, sino más bien como una oración, y por tanto está reclamando del espectador una mirada atípica, cómplice, atenta a la potencia poética de lo que se nos muestra. Si el lector tiene la fortuna de sentir esa complicidad, nunca podrá olvidar esta película. Yo no tengo fe, pero si la tuviera, sería sin duda un seguidor del poverello de Asís tal y como aquí se muestra.
Amén.