Alicia ya no vive aquí. Alicia sigue adelante. Alicia deja atrás su fría rutina. Alicia aún cree que puede volver a ser feliz. Alicia se marcha para cumplir su sueño. Alicia no sabe que el mundo no es como lo recuerda, no como cuando ella era una niña. Alicia se va a dar de bruces con la dura realidad.

Alicia, el corazón y el alma de la película, es Ellen Burstyn, en su único papel con Oscar de sus seis nominaciones en casi cincuenta años de recorrido. Su extraordinaria labor sólo puede apreciarse si se rasca bajo lo que aparentemente muestra: debajo de sus coloristas vestidos (espléndido recurso del director), hay una mujer perdida, sola y herida, que sólo clama por un lugar en el mundo para ella y su hijo, más allá de sus aparentes aspiraciones a la canción o a el amor de un hombre.

Partiendo de un material con referencias del melodrama clásico de los años 30 y 40 (títulos de crédito, prólogo, epílogo, colores), y la road movie iniciática, Martin Scorsese construye un sutil retrato de la fragilidad del sueño americano, en el que las esperanzas chocan a menudo con la ignorancia; y en el que es inútil vestir de colores el gris devenir de los días. A pesar de todo, el director regala un mensaje agridulce, que en parte debilita su discurso, pero en ningún caso lo anula.

Scorsese realiza aquí la que podríamos decir es su única película femenina, es decir con una mujer como protagonista, en sus cuarenta años de carrera. Y la sabiduría y la sensibilidad que lo caracterizan no varían ni un ápice en esta apuesta. Alicia ya no vive aquí, al margen de otros aciertos, ES su protagonista, emana verdad de la mujer y conmueve profundamente en su anhelos, esperanzas y errores. La película tendrá sus fallos, pero teniendo en cuenta que se trata de uno de los primeros largometrajes de casi todos los implicados, son bastante comprensibles.