Comedia slapstick unida con comedia de enredo clásico, con ecos de Tim Burton, crítica a la cultura del cuerpo de los 80, ráfaga de los más innovadores efectos especiales de la época e incluso película fantástica... ¿quizá demasiados elementos para un mismo coctail? Puede. Lo que queda claro tras ver esta emblemática cinta es que hay talento y hay calida. Pero algo falla. Y ese algo, con los años ha ido quedando bien claro: un guión que va por libre, o un equipo al que pese a las aparentes ambiciones de la cinta poco o nada les importa lo que tengan que contar o si hay algo que contar. Lo que desde luego es una lástima, ya que la película comienza con una fina ironía y un caráter crítico desde luego envidiable. Las aspiraciones de su historia son originales y arriesgadas por su alto humor negro. La presentación de sus personajes es desde luego mítica, ya que tanto la descripción de los protagonistas como la composición de los mismos por el trío protagonista deriva en carcajadas en la platea: Streep, bondadosa y tontusa, una chica de provincias disfrazada de princesa que sabe llevar la elegancia de una estrella de cine con vulgaridad; Hawn, espléndida comediante, como la aparentemente ingenua pero arribista malévola y manipuladora; y Willis, espléndido como patidifuso y flácido cirujano decadente, maquillador de muertos y alcohólico. Por otro lado Zemekis, como en toda su carrera sabe lo que es el sentido del espectáculo, y por eso la película luce elegante, impresiona en sus trucos visuales y entretiene como "Grand Guiñol". Pero esa traslación de la historia a la pantalla lo que produce es que los personajes y la historia no vayan a ninguna parte, y, de repente, acaba, estando en su tramo final nublada por unos espectaculares pero ajenos de sentido, fuegos de artificio.