Ver a Jonathan Rhys Meyers paseándose por los suburbios de París con un jarrón chino lleno de cocaína no tiene precio. Tampoco ver a Travolta tan calvo como Lobato y con ese pendiente macarra y esa perilla candado. Acción por un tubo donde mueren tantos chinos malos por minuto que parece que Travolta quiere nivelar un poco la balanza demográfica. A los chinos mafiosos se unen los islamistas, que son peores si cabe, porque además les importa un pimiento su propia vida con tal de llevarse a unos cuantos al otro barrio. La factoría Luc Besson nos trae como de costumbre una cinta llena de violencia gratuita donde se nos muestra el lado más sórdido de la ciudad del amor. Dicen que John Travolta está en horas bajas y que Meyers está en su apogeo, pero en esta producción el actor italoamericano está mucho más acertado que su pareja protagonista, quizá porque interpretar a un gamberro siempre es más interesante que hacer de joven guaperas y soso. Y otra cosa, parece que no pasan los años por el actor de Pulp Fiction, pues lo veo en plena forma a una edad en la que otros ya están acabados, y haciéndole un calvo a todo el que se interpone en su camino.