No le gustó la película. "Me aburrí. Mucha reflexión y poesía; yo soy más del cuerpo a tierra o te revientan los cejos por dibujar al pajarito que pía entre balas. Yo soy de los de Robert Mitchum y John Wayne, macho". El lacónico, quietísimo espectador.

Hombre, eso se lo alabo.

La distancia entre el cuidado, la expresión elaborada, y la pedantería es también una delgada línea roja. Hay que tener narices para acercarse. Y pasarse.

O acertar de pleno.

Hombre, parece que una educación, preparación, cultivo y cierta aptitud hacen sencilla la cosa. Sa elegancia, se dedo. Se verso. Se nacerá o se hará, pero aquél que lo tiene mucho gana.

Gana, también, miradas fulminantes o incomprensión. O ironía de inodoro, muy en boga ahora.

"La delgada línea roja" es un golpe de lluvia, de hoja, de viento, de pelo, de mar, de polvo, de sangre y de hierro. Un golpe de Malick. Una grandísima película hecha con par de narices y con esa elegancia y sensibilidad de la que algunos disponen. Otros la huelen.

Y esos, hombre, esos son los buenos soldados que irán hacia el japonés bramando con caraloco, vaciando el cargador, tirando cocoteros a barrigazos. Que las huelen, que no se enteran y que luego regresan del frente recordando, con sonrisa irónica de inodoro, a ese cagado que miraba todo como pensando.

Esos son los buenos soldados.

Pero la guerra de Malick es la guerra del, de los pacíficos.




En memoria de todos los cocodrilos.