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Voto de Sinhué:
8
8,0
2.241
Drama. Romance
En el Tokio de 1885, Kikunosuke Onoue, hijo de un prestigioso actor, descubre desolado que es aplaudido únicamente por ser el heredero de su padre y que, en realidad, el público se mofa de sus interpretaciones. La única persona que se atreve a ser sincera con él es Otoku, la niñera de los hijos de su hermano. Pero precisamente por ello es despedida, y a Kikunosuke le prohiben verla por temor a los rumores que se desatarían por su ... [+]
25 de noviembre de 2014
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Va para 80 años el día que Kenji Mizoguchi se puso a rodar una historia que él mismo sitúa a finales del siglo XIX y cuando la vemos hoy, aunque hayan pasado 130 años desde el arranque de lo que se nos quiere contar, nos congratula, o entristece, el hecho de que los sentimientos de los seres humanos no hayan variado. La hipocresía, la envidia y la iniquidad siguen imperando, pero el acto supremo de dar la vida por amor es el que sigue dignificando la condición humana y convierte en única verdad histórica las relaciones entre seres inteligentes; al margen de modas, culturas y convencionalismos.
Por eso los personajes de esta película son clásicos; y tanto el actor Kikunosuke, su ilustre familia y los seres que pululaban por el Tokio de 1885 y sus aledaños, no son si no figurantes de este gran retablo universal que titula todas sus obras como: "vida, amor y muerte" y en el que, efectivamente, todos somos títeres en manos del destino, la suerte o la casualidad, y donde dejaremos de ser de madera cuando nos rebelemos contra lo injustamente establecido y seamos capaces, como la niñera Otoku, de mantener nuestros pálpitos hasta el final y luchar por ellos.
Siempre me ha sorprendido de los creadores japoneses, que por lo general se dirigen a un pueblo muy domesticado y paciente, que pongan siempre el acento en la diferencia, y en la rebeldía, estableciendo allí la conducta ejemplar. Quizás esa sea la labor del artista, que casi siempre contradice la versión de la mayoría o, al menos, la de la oficialidad.
Por eso los personajes de esta película son clásicos; y tanto el actor Kikunosuke, su ilustre familia y los seres que pululaban por el Tokio de 1885 y sus aledaños, no son si no figurantes de este gran retablo universal que titula todas sus obras como: "vida, amor y muerte" y en el que, efectivamente, todos somos títeres en manos del destino, la suerte o la casualidad, y donde dejaremos de ser de madera cuando nos rebelemos contra lo injustamente establecido y seamos capaces, como la niñera Otoku, de mantener nuestros pálpitos hasta el final y luchar por ellos.
Siempre me ha sorprendido de los creadores japoneses, que por lo general se dirigen a un pueblo muy domesticado y paciente, que pongan siempre el acento en la diferencia, y en la rebeldía, estableciendo allí la conducta ejemplar. Quizás esa sea la labor del artista, que casi siempre contradice la versión de la mayoría o, al menos, la de la oficialidad.