Bastantes de las películas de Aki Kaurismaki podrían ser mudas y entenderíamos perfectamente qué quiere contarnos. La transmisión de sensaciones y sentimientos sería posible sin que sus actores abrieran la boca, porque el finlandés es uno de esos raros individuos que dice mucho con escasos y escogidos medios, que emociona con miradas, gestos y pequeños detalles.

Ariel forma parte de este universo único, minimalista y trascendental. Un hombre sin suerte, muchos cigarrillos, un encuentro afortunado, un entorno pestilente, rápidas decisiones, huida....

El día a día de los personajes que habitan el mundo creativo de Kaurismaki, que son los mismos que tú y yo nos encontramos por la calle, que viven en la misma manzana y con quienes compartimos metros, autobuses, contenedor de basura, banco en el parque e incluso ascensor, sin conocer sus nombres, se parece mucho a la cotidianidad que a veces nos abruma y que nunca consideraríamos material cinematográfico. Pero el amigo Aki mira de otra manera, es curioso y se pregunta: ¿que habrá detrás de esa mujer triste que siempre tiene prisa?, ¿estará casada?, ¿tendrá ganas de conocer a alguien que cambie su vida?, ¿la esperará en casa un hijo, un perro...?; ¿qué hay detrás del gesto resignado del obrero que acaba de quedarse en la calle?, ¿un buen hombre, como éste, puede llegar a matar?; ¿y si ambos se encontraran, se miraran, se abrazaran y corrieran contra el viento cogidos de la mano?.....

Si eres seguidor de Aki Kaurismaki sabrás muy bien de qué estoy hablando; si no lo conoces, ¡ponte a ello!, porque merece la pena; y si no tragas sus películas, ¡opérate de algo! :boca, faringe, esófago, estómago...también merecerá la pena la operación.