Cuando alguien quiere ser él mismo, sin interferir en la vida de los demás, sin que los demás interfieran en la suya. Cuando está obligado a prestar servicios a una sociedad en la que no cree, a un gobierno colonial y a unas causas herrumbrosas por convencionales, solo le queda huir a la montaña o adentrarse en el desierto. Si ha elegido la soledad, como mal menor, está obligado a luchar por conseguir su objetivo.

David Oelhoffen, adapta un relato de Albert Camus en el que el protagonista, Daru (Viggo Mortensen) se convierte en reo de las circunstancias que siempre ha tratado de evitar. Traumáticas y violentas experiencias le han conducido a la incesante búsqueda de la paz interior que sabe está próxima al aislamiento y lejos de la influencia humana. Solo las astillas de la inocencia podrían encender un fuego en su alma torturada. Los niños, proyectos del hombre nuevo, la única posibilidad de dejar tras él algo que trascienda y mejore su triste paso por la tierra.
Pero la realidad es tozuda y como un torbellino le empuja en la dirección contraria. Él no es un superhombre, solo un pobre maestro en medio de la intemperie y acertar con una táctica que le invisibilice, será misión imposible.

En clave de wéstern crepuscular, el director francés que cumple su segundo largometraje, sitúa en un ambiente hostil y en un entorno infernal la figura del eremita, obligado a tomar rápidas decisiones para sobrevivir y mantener la coherencia mínima que le permita estar del lado de la raza humana y no de la banda del homo homini lupus.
Más que apreciable el resultado que provoca discusiones filosóficas a las que era gran aficionado el Nobel de Literatura argelino/francés, cuyo relato "L'hôte" ( "El huésped"), extraído de su libro L'Exil et le royaume (El exilio y el reino - 1957-) da pie a esta película.