Denys Arcand, en su empeño por mostrarnos quienes son los auténticos culpables de que las cosas no vayan un poco mejor en la tierrra, recurre una vez más a la comedia y a la ironía. En esta ocasión la obra está despojada del dramatismo y la bilis conque están salpicadas algunas de sus piezas anteriores. Sigue siendo la amistad el valor que justifica la existencia en un mundo tan estúpido como el que nos ha tocado vivir.

Un joven filósofo, repartidor de paquetes, encuentra dos bolsas rebosantes de dinero producto de la rapiña de unas bandas de narcos. Descubriremos que además de las páginas porno de Internet, la historia antigua y las largas charlas pedregosas, nuestro amigo Pierre-Paul tiene otras aficiones: colaborador en comedores sociales y en asociaciones que tengan que ver con los sin techo y necesitados de la capital quebequesa.
¿Qué hacer con tanta pasta? Este es el dilema que se le plantea y que, en una especie de road movie del blanqueo, disfrutaremos a lo largo del metraje; a la par que seremos aleccionados de los pasos que dan los expertos (nuestros poderosos chorizos) para dignificar las ilícitas cascadas de capitales y salvarlas, en la medida de lo posible, de las molestas adherencias de los impuestos.

Ciertamente el director canadiense no muerde con el ímpetu a que nos tiene acostumbrados en otras realizaciones, como si hubiera llegado a la conclusión de que la bondad y la simpatía también pueden ser tozudas y triunfadoras, aunque pierda garra la propuesta cinematográfica.