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España España · Santander
Voto de Simsolo:
3
Acción. Drama. Fantástico Un misterioso vagabundo (Josh Hartnett) y un samurái japonés llamado Yoshi (Gackt) llegan por separado a una ciudad que vive aterrorizada por la banda criminal encabezada por Nicola (Ron Perlman) y una femme fatale (Demi Moore). Cuando se conocen deciden unir sus fuerzas y acabar con ellos, actuando a las órdenes del propietario del Saloon (Woody Harrelson). (FILMAFFINITY)
15 de diciembre de 2014
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Revisar películas conlleva renovar perspectivas. La primera vez que intenté ver “Bunraku” celebré en parte su estética, la apuesta por el cómic y la teatralidad, pero me derrotó su apuesta híbrida, nada arriesgada ni innovadora en el fondo. La película intentaba llegar a algo sin conseguirlo realmente. He vuelto verla al cabo de un tiempo y me he tropezado con un musical a lo Stanley Donen, lo cual tiene su mérito en los tiempos que corren, pero sin música ni poesía. La irritante mezcolanza seguía estando presente, tan hueca como al principio. Puede deslumbrar a quien esté acostumbrado a dejarse cegar por los oropeles más superficiales, pero es difícil ir más allá y disfrutarla. Es un divertimento renqueante, más una idea que un logro. Ni como western orientalizado ni como film de artes marciales tiene verdadera consistencia. Como musical, en cambio (o al menos como recordatorio de los títulos capitales de los cincuenta) alcanza cierta interés con sus peleas coreografíadas y las transiciones basadas en el cambio de decorado y la iluminación. El problema es que toma demasiadas cosas prestadas de demasiados géneros y no hay una argamasa que una el conjunto. Los actores no acaban de creerse sus papeles. Algunos parecen de paso, otros se interrogan acerca de lo que pueden estar haciendo en semejante malentendido. El dúo protagonista es plano e insuficiente, lo cual acentúa la brillantez de los villanos, algo que suele suceder en ciertas películas sometidas a la panacea de los mercados y lo políticamente correcto. Demi Moore hace de amargada odalisca que, tijera en mano, encuentra al final su redención, y el amigo Harrelson repite el papel de vividor venido a menos, listo y al margen de todo, capaz de dar la cara en los momentos apurados. Como si ya se preparara para su paseo etílico por “Los juegos del hambre”.

La estética puede que subyugue por momentos, pero el espejismo dura poco y enseguida deviene reiterativo. Un poco más de desgarro hubiera dado más consistencia y personalidad al relato. Porque, para qué engañarnos, la sangre no es emotiva en este celuloide ni tampoco atañe al valor. Es más bien un asunto colorido que viene o no a cuento según la escena o las necesidades del operador. El erotismo, en un rasgo de infantilismo inasumible, brilla por su ausencia. Lo contrario, claro, habría sido pedir demasiado.
Simsolo
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