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España España · Valencia
Voto de Arakiri:
8
Drama Japón, siglo XIX. El declive de la casta guerrera de los Samurai y de los Shogun ha hecho mella en el pequeño feudo de Unasaka, situado en la costa del noroeste del país. El samurai Yaichiro Hazama se marcha a la lejana ciudad de Edo para hacerse cargo de un puesto muy importante de la organización del clan, mientras sus amigos samuráis, Munezo y Samon, vuelven al lugar en el que Munezo nació y creció. A pesar de su modesto sueldo ... [+]
3 de marzo de 2007
24 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yamada vuelve a insistir con “La espada oculta” en la recreación del Japón feudalista y cerrado de mediados del siglo XIX mediante la figura del Samurai.
La acción se sitúa en el momento en el que esa figura emblemática comienza a ser cuestionada. Su declive social se presiente ya imparable. El ocaso de sus privilegios los arrincona, los somete a un ostracismo consciente de su caída en desgracia, de su incapacidad en la adaptación a los nuevos tiempos. El nuevo orden social que instala la modernidad se desprende de ellos, pasa por encima de su integridad y de su función, condenándolos a una devaluación humillatoria.
Yamada nos regala un clásico; una muestra de cine hoy ya prácticamente inexistente, extinguido; un emotivo ejemplo de contención narrativa al servicio de la sencillez, de la claridad, de la transparencia expositiva, muy atento, en consecuencia, a la contemplación serena, distanciada y ahondadora de las vicisitudes dramáticas que sacuden a todos sus personajes.

Yamada sitúa la acción de su film en los convulsos días que contemplaron el final del Shogunato, en el retiro de su personaje principal, Munezo Katagiri, avalan el ocaso, la proscripción, la inhabilidad de la casta guerrera a la que pertenece. “La espada oculta” propone la descripción detallada y discreta del modo casi disciplinado con el que este peculiar luchador asume su propia caída en desgracia. Munezo es testigo de su indeclinable desfase, del arrinconamiento al que la estructura militar impuesta por los nuevos tiempos le asigna.
Hay que comprender el repliegue humilde de Munezo como respuesta honorable y respetuosa el envite que le sobreviene. La paz emocional, el autoconocimiento, el espíritu considerado y leal en el que ha sido adoctrinado le ayudan a soportar con sencillez y serenidad los avatares confinados de su "desplazamiento". El samurai afronta su desventura con el único rigor deferente que es capaz de manejar: el de un combate. Ahí está la clave de su postrera victoria, en la virtud de su sosegada sabiduría de guerrero.
Así hay que comprender su historia de amor con Kye. Como consecuencia explícita de esa mirada interior a la que se enfrenta el protagonista en su retiro. La decisión inusual, por desacostumbrada y radical, de salir en búsqueda de la joven enferma hay que asignarla al primer ímpetu reconsiderador del nuevo Munezo que emerge entre silencios, inconvenientes, gallinas, y una madre vieja . Los planos mas bellos de esta siempre pulcra obra de Yamada corresponden a este pasaje, al de la relación que viven estos dos personajes: la escena en la que Kye muestra ya claros síntomas de desfallecimiento, mientras nieva en la calle, la que recoge el momento en el que Munezo la encuentra casi moribunda dentro de la casa de la familia de su marido, o todas las que describen el proceso de su curación componen un conjunto de imágenes absolutamente sublimes, que están a la altura e incluso superan los mejores instantes de “El ocaso del Samurai”
Arakiri
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