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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
8
Cine negro. Drama Bart Tare es un hombre obsesionado desde niño con las armas. Cuando conoce a Annie, una mujer fatal, se deja arrastrar al mundo del crimen. Unidos por su afición a las armas, la relación de la pareja desemboca, entre atraco y atraco, en un torbellino de pasiones y situaciones peligrosas. (FILMAFFINITY)
6 de septiembre de 2020
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El expresionismo alemán fue relevado por el noir de la mano de grandes directores, convirtiéndose en un género de explotación rivalizando en número de producciones con el wéstern y este sea, quizás, uno de los exponentes más directos que resumen esos años de la historia del cine. El demonio de las armas mezcla de manera sublime conceptos dentro de las ataduras provocadas por su carácter serie B, bailando entre un intenso romance, un interesante drama moral, la acción pertinente de una película basada en el crimen y con elementos impecables del terror y el wéstern. Una joya de culto donde el director, Joseph H. Lewis, flagela la condición de su nación, Estados Unidos, desde el prisma de las cuestiones éticas y legales sobre la facilidad de cualquiera para empuñar un arma, y todo lo que ello conlleva para una sociedad aparentemente evolucionada, pero empeñada en la obsolescencia del pasado. Barton Tare (John Dall), obsesionado con las armas, conoce a una mujer que rivaliza con él en talento armamentístico y comparte su extraña afición, llamada Annie Laurie Starr (Peggy Cummins). Tras conocerse y enamorarse, ambos caerán en una espiral de amor maníaco y delincuencia por el camino que decidieron recorrer, armados y solos ante el peligro de la ley y el mundo.

Esta película de 1950 presenta un concepto adelantado a su tiempo, haciendo de esta mezcla entre heist film y road movie una obra antológica en la que, más allá de criticar el peligro que supone la tan fácil adquisición de armas en EE.UU., pone también en entredicho que la culpa no es del objeto, sino del portador, tanteando ambas perspectivas, pero nunca acabando posicionándose en una ya que ese es nuestro trabajo. Para ello se vale de sus dos carismáticos protagonistas: Barton y Annie. El primero, a pesar de su obsesión extrema por disparar, tiene unas nociones morales sólidas que le impiden hacer daño a nadie, si quiera a un animal. Por el otro, la psicología de Annie lo confronta, en la que su avaricia y egoísmo, incluso su miedo por lo amenazador de su coyuntura, hace que se vea superada olvidándose de toda ética, olvidándose de Dios y olvidándose de aquello que dice querer más: su pareja, arrastrándolo desde la toxicidad de la relación hasta un hoyo marcado con una cruz.

Lewis hace que nos sumerjamos, es más, que nos inmiscuyamos en la historia de sus personajes, siempre con el debate presente, desde esa secuencia inicial a modo de preludio donde se construye el personaje de Barton a través de analepsis en una comparecencia judicial. Mediante los veredictos de los conocidos del joven Barton, Lewis altera la narración para hacer una presentación por partes con el objetivo de que nosotros nos coloquemos de lado del acusado, comprendiendo su extravagante manía con las armas apelando a los más nobles sentimientos. Por así decirlo y teniendo en cuenta la época en la que se desarrolla la película (años treinta probablemente por el obvio miramiento por los personajes reales de Bonnie y Clyde), donde el proceso de introspección, formación cognitiva y maduración personal era más rápido que el actual, se podría decir que Lewis hace un pequeño coming-of-age para luego empezar con la narración. A raíz de ello, se puede apreciar una evolución lineal de Barton tras la condena y, obviamente, la manipulación producida por la fortuita aparición del amor de su vida.

De la misma manera que la comedia screwball y alejándose del circuito comercial de las grandes productoras, Lewis configura personajes dependientes de sus sentimientos humanos, apelando al amor malamente correspondido, al sentimiento melancólico de soledad, de tristeza, de aciertos, dudas, fallos pero, sobre todo, moralidad. No están ni el héroe ni el villano, solo personas necesitadas de algo. Annie, rompiendo los estereotipos acuñados a los roles femeninos, se presenta como una fuerte y seductora mujer que puede con todo, al estilo de la grandiosa Katharine Hepburn en La fiera de mi niña (Howard Hawks, 1938), pero que luego, como toda persona, se desmorona ante la adversidad, muy parecido a la inseguridad constante que tensa los hombros de Barton durante el metraje. Esto crea una atmósfera impecable donde la iluminación consigue realzar las atormentadas expresiones de los delincuentes, tensando cada vez más la cuerda floja por la que deciden hacer de trapecistas, sin red y cada vez con más miedo a caerse. El distanciamiento figurado según avanza la trama por las disputas éticas de los protagonistas ayudan a balancear la cuerda sobre la que caminan, plagando cada vez con más conflictos, incertidumbre y miedo el devenir.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Tiggy
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