Si hablamos de una película que no fue gran cosa, olvidada durante años, y de la que se acuerdan 20 años más tarde para una secuela, huye.
Una nueva protagonista, con el mismo carisma que el cactus de la mesa de una oficina. Un Samuel L. Jackson de Hacendado y una parejita de recién casados para intentar poner un toque de dramatismo, que más bien dan vergüenza ajena.
Sin contar con los efectos especiales: no sólo son peores que los de su predecesora de dos décadas atrás, son peor que sharknado y el ataque del tiburón de tres cabezas juntas.
Y lo que en la original eran unas instalaciones medianamente logradas, aquí son dos chiringuitos de playa unidos por cuatro hierrajos.
Pero hay una noticia peor, y es que hubo una tercera parte.
Eso sí, las habilidades del protagonista en el agua le sirvieron para lograr un pequeño papel en Aquaman.