Turbia propuesta que combina el drama familiar con el terror con tintes fantásticos. Una recién divorciada con pasado alcohólico se lleva a sus dos hijos a vivir a un caserón en mitad del campo. Una vez allí, el hijo pequeño se ve infectado por algo que le hace cambiar la dieta radicalmente.

Hay que andarse con cuidado para no lanzar espoilers, pero el primer recuerdo es para Grace (2009), una cinta que plantea un dilema similar en cuanto al cambio de hábitos alimenticios, aunque a una edad mucho más temprana. También a la reciente Bones And All (2022), ya de más mayores, y My Heart Can't Beat Unless You Tell It To (2020), otro enfoque en versión depresiva. Lo que menos me ha gustado es la naturalidad y rapidez con que Jessica acepta la nueva situación, como queriendo transmitir que una madre hace, literalmente, cualquier cosa por sus hijos. Incluso se remarca en algún diálogo. Aunque el trabajo de Michelle Monaghan es meritorio, me pareció algo forzado no cuestionarse apenas los medios para alcanzar ese fin. Quizá es que el niño ya desde los primeros compases se porta como un rompepelotas y no apetece ponerse mucho de su parte.

Más de uno se mostrará insatisfecho por que no se ofrezcan explicaciones sobre lo que ocurre. Tal vez han juzgado que mejor que una mala explicación es no dar ninguna, solo sugerirla sin más. El relato queda algo cojo así, pero al menos no nos abochornan con un mostrenco hecho con CGI o con flashbacks sonrojantes que traten de estúpido al espectador. Gracias a eso la podemos salvar de la quema, aunque por poco, porque pienso en esas lentillas digitales y me lo planteo.