Serie que apelaba a la nostalgia recreando los años sesenta y terminó, ella misma, por ser una nostálgica evocación para quienes crecimos en los ochenta. Es enternecedora y ratos de una crudeza desoladora, es familiar y a la vez pone a esta institución patas arriba, es divertida pero también angustiosa, es innovadora pese a su clásico transcurrir por las ancestrales y confusas sendas de las relaciones humanas y se halla envuelta por sus contradicciones al igual que los tiempos que describe.

Si aquellos años -los sesenta- en realidad no fueron tan maravillosos si lo es -maravillosa- la música de aquella época, la que suena capitulo tras capitulo en esta maravillosa serie protagonizada por el actor infantil, Fred Savage (“La princesa prometida”). Un hilo musical por el que en sí mismo mereciese el ver una serie que además está preciosamente narrada y magníficamente dialogada donde unos actores nada estelares, al menos entonces, consiguieron conmovernos episodio sí y episodio también.

Pero es ante todo la incrédula mirada, de la deserción de la infancia, ante un mundo nuevo y atemorizador, el relato de la metamorfosis que separa al niño de la juventud y dentro de un mundo tan cambiante y perturbador que perturba a la ya de por sí dolorosa transformación. Algo que ocurrió, ocurre y ocurrirá mientras brille el sol y los seres humanos no evolucionen hacia un homínido menos complejo; o menos acomplejado. Por eso será una serie que siempre gustará por mucho que los tiempos cambien, ya dejen de ser maravillosos o aún lo sean más.