En abril de 1970, hasta los más entusiastas seguidores de las hazañas espaciales USA empezaban a aburrirse con los repetitivos intentos de poner las huellas del hombre en el suelo de nuestro aún (pero menos) enigmático satélite; tal vez por eso ni siquiera la TV americana le prestó al lanzamiento del Apolo XIII la atención que el evento merecía. Por desgracia, fue el fracaso de esta nueva aventura espacial lo que hizo poner un nudo en la gargante de millones de personas, pues teniendo que renunciarse, en primer lugar, al alunizaje, por los graves problemas que surgieron cuando ya casi se tocaba la Luna, muy que por los pelos tocó casi renunciar, al menos, al regreso de los astronautas (con vida) a nuestro planeta. Los problemas y dificultades desde que se toma la decisión del retorno se suceden con desesperante y machacona insistencia, y es en esas drámaticas horas cuando se evidencia la raza y grandeza de unos cuantos hombres (los tres astronautas, cuyo comandante es representado por un sobrio y digno Ton Hanks) y los centenares o miles de técnicos que les apoyan desde Houston: con ingenio, sangre fría y un indesmayable ánimo se van solventando, una a una, todas las contingencias. Lo que quedaba del Apolo XIII se posa al fin en las aguas del mar, y los astronautas aparecen ante los espectadores aturdidos y exhaustos, pero sonrientes por volver a la vida.
La filmación tiene pues, y casi exclusivamente, un valor documental, con parcas concesiones a las vidas de los personajes, o a las implicaciones sentimentales o afectivas con las familias o los ambientes sociales. A quienes les gusten los documentales de esta índole les parecerá una buena película. A espectadores amantes de otros géneros les podrá parecer, quizás, un poco aburrida, por la excesiva y opresiva aparición de problemas; aunque esa misma acumulación le otorga a la película un valor añadido: el ritmo de interés que se mantiene incólume, no obstante, desde el principio hasta el fin.