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Voto de AdolfoOrtega:
9
Drama. Comedia La ciudad de Memphis es el escenario para las tres historias que conforman esta película. 'Lejos de Yokohama', la primera, sigue a dos jóvenes japoneses cuyo sueño es visitar Graceland, la casa de Elvis Presley. En 'Un fantasma', una mujer italiana fácil de convencer se ve estancada en esa ciudad esperando el avión que les lleve a casa a ella y al cadáver de su marido. Y en 'Perdidos en el espacio', la tercera, tres hombres se ven ... [+]
3 de mayo de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El buen cine nos permite participar, como observadores desapegados, en distintas historias. Algunos directores han sabido colocar su cámara, manejar el montaje o desarrollar el guión de tal manera que nos han hecho sentir muy especialmente ese privilegio de sentirnos testigos excepcionales. Así, Spilberg con su cámara subjetiva nos invitó a sentir la guerra, en la primera línea de batalla en las playas de Normandía. Con Zinnemann asistimos con tensión difícil de controlar a la lucha de un hombre solo. Pero es en el tipo de películas como la que hoy nos ocupa donde esa sensación de convertirnos en voyeurs es más intensa. Películas en las que no se nos cuenta más que un bocado de la realidad, con personajes que no son distintos de lo que podemos ser cada uno de nosotros, donde no hay héroes, ni villanos, y que, sobre todo, nos permiten tener una visión excepcional de la cotidianidad, invitándonos a husmear en la vida de distintas gentes que, casualmente, comparten un mismo escenario. Películas que nos transforman por un momento en un fotógrafo impedido que espía a sus vecinos desde un caluroso apartamento, eso sí, sin que una bella modelo en elegante traje de seda nos sirva la cena. Películas como La Calle, Gran Hotel, Pulp Fiction o esta que nos ocupa, Mystery Train.

Se trata de una muy buena película, rica en matices, en la que tres historias a la postre entrelazadas se desarrollan en una Memphis ultradecadente. En ellas, Elvis Presley es factor común, ya sea como figura adorada por japoneses mitómanos, leyenda urbana que sirve de inspiración a timadores de poca monta o como alter ego de un infeliz macarrilla que reniega de el Rey sin renunciar a su tupé. Es en un infrahotel, donde las camas son catres y en vez de televisores hay posters de Elvis, en un hotel donde un botones uniformado que recibe una ciruela japonesa como propina es muestra de lo ridículo que es siempre el detalle fino en un ambiente cutre, donde confluyen finalmente los personajes. Y nosotros podemos atravesar las finísimas paredes de cada habitación para colmar nuestros deseos de mirones y tener así una visión privilegiada del asunto.

Podremos concluir finalmente, cuando abandonemos el mundo mágico del cine y volvamos a nuestra propia vida donde somos los únicos protagonistas, que sabemos realmente muy poco de lo que pasa a nuestro alrededor, de un mundo que aunque ha renunciado a la initimidad, sólo nos manda información superficial y sesgada, en forma de ruido.

Mystery Train nos regala durante más de hora y media el don de la multipresencia, el privilegio de escapar momentáneamente de los límites de espacio y tiempo, pero sólo para que cuando retomemos a nuestro día a día seamos más conscientes de nuestro aislamiento, de nuestra incomunicación y de nuestra visión totalmente parcial de la realidad, de un mundo que aunque con las paredes muy finas porque es exhibicionista, nunca colmará del todo nuestra necesidad de voyeurismo.
AdolfoOrtega
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