La película, más allá de lo bien hecha que está, transmite un mensaje del camino que acaba encontrando un tiburón (al igual que muchos que pululan en todos los sectores económicos donde el dinero manda) a raíz de una toma de conciencia que un día tiene sobre lo que está haciendo con su vida, sobre el auténtico cinismo y deshumanización en la que se desarrolla su existencia.

Es un mensaje valiente. Ir contracorriente no es nada fácil, pero el camino de la conciencia se va haciendo cada vez más palpable en la vida del protagonista. Y, pese a todo el sufrimiento que le genera el ver cómo se desmorona lo que le daba seguridad y sentido en su vida anterior, una forma de vivir más humana y consciente se va abriendo hueco poco a poco.

Deshacerse de los paradigmas que dominan a la sociedad, del supuesto poder que acaparamos, de las relaciones y bienes materiales a los que nos apegamos es algo tremendamente difícil de hacer si seguimos tan programados como los demás.

Pero si tomamos conciencia real de lo infelices que somos cuando vivimos en mundo de relaciones lubricadas sólo por el interés y el dinero, y donde nuestros miedos nos aferran a falsas seguridades como la aceptación de los demás y el supuesto éxito conseguido, si somos realmente honestos y conscientes sabremos que somos auténticamente infelices.

El camino del protagonista va desde esta toma de conciencia hasta que encuentra un nuevo camino de conexión interna consigo mismo y con los demás. Fácil contarlo en una película, nada sencilla llevarlo a la práctica.