Los indios inventaron la leyenda de El Dorado. Partiendo de esa creencia, un nutrido grupo de españoles, comandados por Gonzalo de Pizarro, hermano pequeño del conquistador del Perú, Francisco de Pizarro, intentaron descubrir, colonizar y evangelizar la tierra prometida, donde el oro caía de los árboles.
Invocando a la Virgen María, Gonzalo de Pizarro nombra a Pedro de Urzúa jefe de la expedición, con Lope de Aguirre como segundo del grupo, con Fray Gaspar de Carvajal como el hombre de la Iglesia para llevar la palabra de Dios.
La película está contada por una voz en off sobre el diario de Fray Gaspar de Carvajal, el único documento que existe de esta locura, de este viaje lleno de remolinos y peligros.
El viaje, el río, la hipnosis del recorrido, la fuerza y el misterio de la selva, los peligros siempre presentes, ese peligro está narrado por Herzog de una manera brillante y el ritmo lento atrapa al espectador como el río atrapó a estos visionarios.
Nosotros, espectadores de hoy, somos capaces de comprender la obsesión de Lope de Aguirre y los suyos. Sentimos su codicia y su avaricia, admiramos su obsesión. ¡Cómo lo consigue! ¡Cómo manipula! Lleva a su gente a la destrucción y cuando éstos se dan cuenta ya no hay salida.

Gerardo Herrero