Andrew Lloyd Webber y Tim Rice escribieron, probablemente sin saberlo en aquel momento, la obra que revolucionaría la escena musical y el lenguaje expresivo y gestual de un género hoy reconocido como ópera rock. Es decir, la grandilocuencia y la épica operística mezcladas sabiamente con el minimalismo y la sensualidad de la más rupturista y universal de las músicas populares del siglo XX, el rock and roll..
El estreno en España constituyó un acontecimiento social y hasta político, si se me apura. Con Franco agonizante y la primera huelga de actores a nuestras jóvenes espaldas, cada día se agolpaba la gente a la salida para saludarnos con lágrimas en los ojos, en clara alusión a la tremenda carga dramática de la obra y a la sensibilidad que despertaba una historia tan conocida, pero nunca cantada y revivida desde las entrañas de los casi cincuenta actores, actrices, músicos y técnicos. Si algo tenía aquel montaje era rebeldía y convicción.
La película es una muestra del mejor cine musical, y sentó las bases para las propuestas que hasta nuestros días vienen desarrollando los cineastas amantes de la gran música. Casi todas las convenciones hoy imperantes en el cine musical beben de las ideas e innovaciones que un cineasta judío inventó para contar la pasión y muerte del más denostado de los suyos.
Eduardo Bautista