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España España · Valencia
Voto de Cesar:
10
Drama América, años 40. Don Vito Corleone (Marlon Brando) es el respetado y temido jefe de una de las cinco familias de la mafia de Nueva York. Tiene cuatro hijos: Connie (Talia Shire), el impulsivo Sonny (James Caan), el pusilánime Fredo (John Cazale) y Michael (Al Pacino), que no quiere saber nada de los negocios de su padre. Cuando Corleone, en contra de los consejos de 'Il consigliere' Tom Hagen (Robert Duvall), se niega a participar en ... [+]
31 de agosto de 2007
12 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las grandes historias se escriben sobre el reguero de la sangre, o del miedo colectivo, o quizá sobre los corazones desolados. Francis Ford Coppola consigue con El Padrino retratar de una forma brillante el mundo de la mafia. En este caso la Familia Corleone, una familia de famosos asentada en New York y de sus conflictivas derivaciones internas y externas, involucrando en su vorágine de poder, corrupción y violencia a sus propios miembros.

El Padrino cuenta con un reparto de lujo: El gran Al Pacino en el papel del hijo menor (Michael Corleone) del cabeza de familia , James Caan, que interpreta magistralmente a Santino "Sonny", otro de los hijos y que esta llamado a ser el sucesor como Padrino de la familia. Robert Duvall da vida a Tom Hagen, consejero de la familia Corleone, Diane Keaton como la novia de Michael Corleone, y Por ultimo Marlon Brando con una interpretación histórica, que ha pasado a la historia del cine se convierte en el mismísimo Don Vito Corleone.
Don Vito Corleone es uno de los monstruos que se escondían agazapados en el armario de la América Dorada. Pero quizá por eso le amamos, por su insoportable muerte, huérfana de grandeza, sólo comparable a la tragedia de ese ídolo que fue Marlon Brando y por el cual el cine nunca supo llorar como estaba mandado.
Don Vito Corleone era una marioneta salvaje de sí mismo, un tipo familiar que llevaba un negocio familiar, lo que después de todo no era sino una salvaje compraventa de cuerpos y de almas. Eso no le redime frente al ojo de la cámara, pero sí le redime frente a un espectador que, inmerso en el desfile de violencia, siente una lejana y extraña compasión por el hombre de la voz ronca, por el implacable verdugo italiano al que imaginamos como un hombre del saco lleno de fantasmas, capaz de llorar en silencio por el detalle más efímero del mundo y de empuñar una pistola con la misma mirada

Coppola nos hizo una oferta que no pudimos rechazar: la de sentarnos bajo la piel de un maestro del crimen para escuchar el latido de su corazón.
Cesar
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