Black Mirror es un Oasis. En un desierto inabarcable de ideas manidas, clichés, remakes, superhéroes, blockbusters clónicos, es un claro ejemplo del cine original, inteligente, audaz y con mucha, muchísima mala leche.
Ahora en formato película, dividido en varias partes (tres historias en realidad), se nos habla de un futuro inmediato dominado definitivamente por las redes sociales. Una especie de evolución (o involución, eso depende de la lectura que le dé cada uno) de esos Facebook, Tuenti, Twitter, Badoos, pero a lo bestia. Si ahora, cuando bloqueas a alguien, esa persona ya no puede ver tu perfil ni ponerse en contacto contigo, imagina que pasaría si en un futuro, gracias a los avances tecnológicos, ese bloqueo se extendiese, no ya a Internet, sino al mismo ser, a la persona. Pero eso es sólo uno de los interesantísimos conceptos que nos quiere trasladar Brooker, hay muchísimos más. Que es de ley no revelarlos porque, en serio, esta película debería ser vista por todo el mundo, asombrarse, y, desde luego, estremecerse de miedo ante algunas cosas que, bien pensadas, son millones de veces más terroríficas que un tío con máscara y un machete, o alienígenas del espacio exterior.
Unos actores solventes y creíbles, un ritmo perfecto, una producción que no necesita muchos alardes, pues el concepto es muy potente por sí mismo, y lo que es mejor, deja un poso en el espectador, una pequeña conciencia incómoda, que le hará cambiar la forma de ver la sociedad y en lo que se está convirtiendo poco a poco. Y eso, a mi parecer, es un grandísimo logro que muy pocas películas consiguen. Y por ésto, le doy un 10.