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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
8
Drama Relato de los últimos días de vida del realizador James Whale, autor de Frankenstein. En principio su única compañía en esos momentos es su ama de llaves, pero pronto entabla relación con su nuevo jardinero, un apuesto joven al que confía su historia en el Hollywood de los años 30 y por el que se sentirá irresistiblemente atraído. (FILMAFFINITY)
9 de septiembre de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Gods and Monsters” tiene, entre muchas otras virtudes, la de ser una de esas películas que uno coge empezadas haciendo “zapping” y que, como quien no quiere la cosa, siempre acaba viendo hasta el final. En mi caso, esto debe de haber sucedido en tres ocasiones —por lo menos—, y cada una de ellas me ha deparado, además, nuevos motivos de admiración.
La primera me gustó por el siempre sugestivo componente metacinematográfico y el muy poco complaciente retrato que hace de ciertos intríngulis del viejo Hollywood. La segunda me deleité con la superlativa interpretación de Ian McKellen en el papel, complejísimo, de James Whale. El del atormentado director de “Frankenstein” (El doctor Frankenstein, 1931) y “The Bride of Frankenstein” (La novia de Frankenstein, 1935) es un rol que, por el propio carácter del personaje —libérrimo, provocador y abiertamente homosexual en un tiempo en que ello constituía un tabú rayano en lo innombrable— implicaba un riesgo serio de caer en la caricatura. Por contra, McKellen no sólo consigue eludirlo, sino que además le insufla una quebradiza humanidad que irradia a sus compañeros de reparto y a la historia toda, haciendo de ella una de las más emotivas de las dos últimas décadas.
En efecto, y como algún crítico señaló en su día, la benigna influencia de Ian McKellen parece hacerse sentir en el desempeño de Brendan Fraser, quien nunca antes ni después de este film ha estado mejor. Si bien es cierto que el fornido jardinero que le toca en suerte —en rigor, y con muy buen tino, se trata de una asignación propia, toda vez que también produce la cinta— es un verdadero traje a medida, no lo es menos que lo encarna con inopinada variedad de matices. El estupendo trabajo de Fraser ha sido lo que me ha llamado la atención esta tercera vez, junto a la electricidad, no sé si más sexual que paterno-filial o viceversa, que se establece entre ambos y que estalla en la inenarrable escena de la máscara de gas, colofón bizarro y terrible a una película cuyas humildes pretensiones no resultan óbice para una calidad que crece año a año y visionado tras visionado.
Carorpar
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