Si hay algo que no puede faltar en una película de Martin Scorsese no es otra cosa que la brillante interpretación de Robert De Niro, quien una vez más nos demuestra su grandeza y su habilidad para llevar a cabo papeles tremendamente complicados, profundizando de forma envidiable en el interior de su personaje y haciendo de su vida e historia las suyas propias, dándoles ese toque personal que nos llevaría, tras haber visto la película, a contratar sin ninguna dilación al maravilloso actor como director de nuestro casino particular.

En este caso, Scorsese nos deleita con la evolución realista de la industria del juego, centrada concretamente en los casinos de Las Vegas. El film nos muestra todo lo que una persona corriente o un cliente común de un casino no ve, su estructura, su entramado, su corrupción, las caras de los peces gordos que se esconden tras las tragaperras… y cómo todas esas cosas fueron cambiando a causa de ciertas personas, perfectamente caracterizadas en este largometraje.

Los actores y actrices protagonistas (entre los que destaca una espléndida Sharon Stone y un muy convincente Robert De Niro) están brillantes, y toda la trama está perfectamente contada y estructurada; en pocas palabras: estamos hablando de cine del bueno. Ahora bien, destaco como aspecto negativo su excesiva duración; el film no destaca por ser entretenido, y mucho menos teniendo en cuenta sus casi tres horas de duración, que llegan a hacerse (salvando las distancias) un poco pesadas.

Como simpatizante del séptimo arte reconozco que el largometraje de Scorsese es una obra cinematográfica de indudable valor; pero también considero que de ser recomendable lo sería para aquellos espectadores que busquen en una película algo más aparte de entretenimiento y diversión, pues dicho film destaca por muchas cosas, no estando entretenimiento y diversión entre esa lista de cosas.