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España España · Zaragoza
Voto de Juan Solo:
8
Acción. Aventuras. Thriller. Romance La hija adolescente de un rico hacendado mexicano se ha quedado embarazada. El padre es, al parecer, Alfredo García, un antiguo colaborador y amigo de la familia, por cuya cabeza se ofrece una recompensa de un millón de dólares. (FILMAFFINITY)
9 de abril de 2014
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca he llegado a estar del todo de acuerdo con aquellos que defienden que hay belleza en el cine de Sam Peckinpah. Es decir, puede que la haya, y seguramente la habrá, pero al menos no en el sentido clásico del término. Mas bien pienso que el autor de “Perros de paja” hizo siempre el cine que le salía de dentro, de las mismas tripas, y que esa visceralidad acabó traduciéndose en ese estilo tan característico suyo, rudo, tosco y que para algunos incluso puede resultar desagradable. En el fondo estamos hablando de un romántico que trató de plasmar ese romanticismo siempre a su manera. Con un estilo particularísimo y primitivo, aunque en absoluto ha de entenderse este último calificativo en un sentido peyorativo; a través de su cine, Peckinpah nos habla de los instintos más básicos del ser humano, de los más nobles sí pero especialmente también de los más bajos. No hay belleza, o al menos yo no la encuentro, en esa forma de rodar deliberadamente feista y en apariencia descuidada en la que ni muchos de los encuadres ni muchos de los movimientos de cámara son precisamente lo que se dice un prodigio de elegancia. Tampoco encuentro belleza en esos planos en los que es posible palpar la mugre y la inmundicia e incluso percibir su hedor. Pero justamente estas imágenes y estas historias tan contundentes son las que convierten a Peckinpah en un director único y en el prototipo de cineasta total; son mal que le pese a alguno, su mayor activo.


“Quiero la cabeza de Alfredo García” es una de esas historias extremas que tanto caracterizan el estilo peckinpahniano. Con imágenes igualmente impactantes que, nunca mejor dicho, se quedan grabadas para siempre en la cabeza de uno. Una de estas imágenes reproduce el momento en el que un puñado de moscas revolotea alrededor del fardo que envuelve la testa putrefacta del tal García (si se me permite el spoiler, pues me he cuidado muy mucho de no desvelar las circunstancias en las que aparece). Es un plano que para mí define muy bien quién es Sam Peckinpah. La imagen me repugna, me molesta, huele mal, quiero apartar mis ojos de la pantalla, pero al mismo tiempo no puedo dejar de mirar. Me produce un efecto muy parecido al de las hormigas que aparecen en “Un perro andaluz” de Buñuel, otro cineasta total y otro creador de imágenes absoluto. Para mí, Peckinpah es algo así como eso: un puñado de moscas.

Ya desde su original y sorprendente título “Quiero la cabeza de Alfredo García” apela a uno de los instintos más primitivos del hombre: la venganza. Esta particular sed de justicia se revela en la espectacular primera escena que arranca con la imaginería propia del “spaghetti western” (caminos pedregosos, rostro en primer plano de beatas enlutadas, la comunidad en torno al cacique local…) No obstante, y sin desmerecer la presencia previa de esa llamativa pareja de mafiosos cazarecompensas que forman Gig Young y Robert Webber, tan característica del cine noir de ayer, hoy y siempre, la película necesita de la aparición en escena de Warren Oates para asentarse definitivamente en sus raíles. Hay muchas razones para defender y rescatar del olvido este film, pero la primera de ellas debe ser sin duda el espectacular trabajo de su actor principal. Y Oates no solo nos regala una interpretación memorable, sino que con su Bennie nos lega un personaje y un antihéroe para la historia.


Si por algo se caracterizan también los personajes de todo el cine de Peckinpah es por huir de alguien o de algo. En la mayoría de los casos se trata de una huida hacia delante (incluso lo era la que protagonizaban Steve McQueen y Ali McGraw). Y en la mayoría de los casos también, todos los caminos conducen al sur de Río Grande. México es tierra de promisión para Bennie y para todos los perdedores que como él buscan allí la última oportunidad de redimirse. La cámara de Peckinpah retrata ese viaje de contrastes, entre el folklore colorista y la miseria, sentando cátedra sobre lo que será el futuro del género. Todo aquel que a partir de entonces ha decidido darse una vuelta por el lado salvaje de estas tierras ha tenido que tomar muy buena nota de esta historia. Y ya es gracioso tener que reivindicar una figura como la de Peckinpah o una película como esta delante de alguien que babea ante films como “El mariachi” de Robert Rodríguez, la triste versión 2.0 de un cine y de un cineasta irrepetible.
Juan Solo
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