La cotidianidad de lo inmediato podía representar, a finales del siglo XIX, algo extraordinario para una cámara que captaba las imágenes de lo que sucedía alrededor.
Y aunque lo asombroso de antaño posea en la actualidad sólo el valor de la curiosidad histórica, una justa visión de los hechos -situando el punto de mira en el momento de la filmación- no cabe otra opción que asignar a estos primeros cortometrajes el mérito de lo insólito, la virtud de la valentía y el aplauso que merece la originalidad.
Y, en este caso concreto, a R.W, Paul también hay que reconocerle la perfección técnica, la limpieza de la imagen y una sutileza notable en la elección del emplazamiento de la cámara.
Todos esos detalles, que ahora parecen intrascendentes, no era cuestión baladí para los pioneros.