En alguna época de nuestra vida todas hemos querido ser Isabel Sarli.
O Laura.
O nos habría gustado serlo.
Pero, casi con toda certeza, no nos hemos atrevido.

El mérito del director argentino Armando Bó radica precisamente en lo que más se le suele censurar. Es cierto que su argumento resulta lineal y sin artificio, que su trama jamás se guarda un as en la manga, que su discurso se ofrece llano y que en sus películas no existe lugar para la confusión o el equívoco.
Son lo que son.
Denostadas principalmente por quien teme el juego sexual o lleva el purismo hasta sus extremos, hay que reconocer que su lenguaje cinematográfico es irreprochable, que no confunde lo fundamental con lo accesorio y que no engaña a nadie.

Un amiga solía decir que lo mejor era un intelectual para conversar y un camionero para follar.
Ya digo, si nos despojamos de la careta, todas hemos deseado alguna vez ser Isabel Sarli.
O Laura.