Tener en los primeros minutos de la proyección la certeza de que nos hallamos ante una gran película es uno de los privilegios de los amantes del cine.
Algo que rara vez se consigue y por eso se celebra con alborozo.

Un punto de humor, otro de suspense, mucho de intriga y una permanente atmósfera que intriga, desasosiega y desconcierta son la mejor carta de presentación.
Es el mérito del argumento.
Y del guión, debido a A. Hackett y F. Goodrich.
Y del director, naturalmente W.S. Van Dyke.
Y de la interpretación excelente.

No hay que olvidar que la película se estrenó en 1934 y que entonces el cine todavía estaba explorando sus posibilidades.