Cuando en 1980 se estrenó la película que nos ocupa fue calificado como un batacazo de su director tras las expectativas creadas con "La noche de Halloween". Hoy, a juicio del que suscribe, este film se revela como una de las obras maestras de su autor. Ya en el prólogo la cosa va ganando puntos con un viejo lobo de mar (John Houseman) entorno a una hoguera contando un relato que parece parte de una leyenda y que incluye marineros y venganzas de ultratumba. Este prólogo es de los mejores vistos en un film de género, de una brillantez formal y conceptual aplastante. La música compuesta por Carpenter y la espléndida fotografía atrapada en vistoso scope son otras de las grandes bazas del film, en un retorno a las formas más clásicas del género (recordemos otras tentantivas de aquel mismo periodo como el "Drácula" de John Badham, "Al final de la escalera", "Pasaje para un coche fúnebre" o "Asesinato por decreto"). Así, lograron que el film tuviera cierta semejanza con los trabajos de Tourneur para la RKO (evidente en el sutil trabajo de maquillaje de Rob Bottin). De hecho, cuenta con algunas de las más hermosas imágenes de su filmografía, como aquella en la que la locutora de radio desciende por unas escaleras hacia su lugar de trabajo, un faro o la panorámicas de la niebla brillante acercándose a la costa de Antonio Bay (¿guiño a "Los pájaros"?). En el reparto coincidieron tres grandes actrices del género: Jamie Lee Curtis en su segundo trabajo consecutivo con Carpenter, su madre Janet Leigh y Adrienne Barbeau, por aquel entonces esposa y musa del director.