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España España · Zaragoza
Voto de Escar:
7
Drama El 2 de marzo de 1974, el joven anarquista Salvador Antich, militante del Movimiento Ibérico de Liberación, se convirtió en el último preso político ejecutado en España mediante "garrote vil". Ésta es su historia y la de los intentos desesperados de su familia, compañeros y abogados por evitar su ejecución. (FILMAFFINITY)
26 de septiembre de 2006
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ahora que tanto se debate sobre la memoria y si es necesario una retrospectiva de nuestra historia, Manuel Huerga ha extraído del olvido el caso del último condenado a muerte mediante garrote vil en el franquismo. El condenado era Salvador Puig Antich y su historia puede simbolizar a la perfección la extraña dualidad de un país que se enfrentaba con miedo a su futuro, pero que también comenzaba a sentir la necesidad de un cambio que se atisbaba inexorable. Salvador se encontró en medio de esas dos fuerzas, y muy probablemente la vulnerabilidad de una de ellas lo condenó a una muerte como un golpe de gracia contra el despertar de una ensoñación que había sido real durante casi cuarenta años, pero que comenzaba poco a poco a consumarse.
Salvador Puig fue un soñador que confundió su camino, pero en tiempos oscuros es muy probable que él no lograra vislumbrar ningún otro que poder recorrer. Como bien dice la introducción del film, Salvador Puig fue un hombre que se atrevió a vivir sin miedo entre una sociedad arrodillada, una sociedad subyugada a un poder instaurado desde la ilegalidad, con la fuerza de las armas y la condena histórica de una terrible represión que alcanzó toda la etapa dictatorial, como bien muestra el caso de Salvador.
La película no juzga, aunque el mal está claramente personificado. Pretende ser un recorrido muy amplio de la vida del protagonista desde su incursión en el grupo que fundará el MIL, un grupo de jóvenes españoles y franceses con ideología de izquierdas que pretendía actuar con fuerzas en el exilio para derrocar el régimen de Franco, hasta su encarcelamiento, culpado del asesinato de un policía durante su detención. Todo envuelto en un escenario que pretende ser el reflejo vivo de la España de principios de los 70 (la anterior al 20 de noviembre de 1975) y que de forma latente ya se reproducen esos tiempos de inestabilidad y de necesidad de cambio. Recuerdan esos disturbios callejeros a los que hemos podido ver en películas como “Good Bye, Lenin!” o la transgresora “Soñadores” de Bertolucci, por mencionar títulos recientes.
La película, además de en su necesaria retrospectiva, se asienta en las sólidas y sobresalientes interpretaciones de Daniel Brühl (muy famoso por la aclamada y muy popular película alemana “Good Bye, Lenin!”) y de un gran Leonardo Sbaraglia. Además, cabe resaltar su excelente montaje y, sobre todo, la gran dirección de Manuel Huerga.
Dos grandes momentos quedarán perpetuos en mi mente. Por un lado, la imagen de esa niña corriendo con la esperanza de encontrar a su hermano vivo. Por otro, la imagen de aquellos pétalos de rosas rojas desperdigados por el suelo, ahogados bajo la lluvia. Ahogados como los sueños de un joven Salvador Puig que, en realidad, apenas tuvo tiempo para soñar.
Escar
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