De una manera muy realista y efectiva, el guion de esta película nos lleva a ver el trastorno de dependencia que sufre una niña de 12 años ante los abusos sexuales de su padre, que separándola de su madre ha conseguido sexualizarla como una adulta, enseñándola a vestirse con ropa sexy muy inadecuada para su edad, maquillándose, y comportándose como una adulta.

La pequeña Dalva no entiende nada, la policía ha entrado en su casa y acaba de detener a su padre. Ella termina en un hogar de acogida con otros niños. Los terapeutas y los educadores sociales ven un grado de madurez inusual en la pequeña. Algo no encaja, ella asegura que la relación con su padre es sana y consentida y solo quiere volver con el...

La forma de ver desde el punto de vista de la niña lo que es un incesto y la pedofilia es lo más atractivo de la película, ella no se ve como una víctima, ni que tampoco haya perdido su infancia, ella se considera adulta, y su rebeldía se agudiza cada vez más contra todos los que la rodean.

Zelda Samson como Dalva ofrece una interpretación inteligente, sensible, rebelde y conmovedora, describiendo la forma en la que ve el mundo bajo una identidad moldeada por un padre abusador. No sabe relacionarse con otros niños y tendrá un arduo camino para ir descubriendo todo lo que se ha perdido por este trágico camino por el que tendrá que sobrevivir.  Destacable también el papel de la compañera de cuarto Samia (Fanta Guirassy), su madre es prostituta y también ha acabado en la casa de acogida. De carácter también rebelde, no confía en nadie y los comienzos con Dalva tampoco mejoran mucho la situación de las dos. 

Para ser la primera película que dirige Emmanuelle Nicot ha elegido un tema complicado y espinoso, pero consigue una visión real y sensible sin meter el dedo en la llaga. No se basa en ningún caso real en especial, pero ya sabemos que la realidad siempre superara a la ficción.
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