La verdad es que no creo que Matthew Broderick fuese consciente del grado de ridículo al que él solito se sometía mientras interpretaba al campechano Inspector Gadget.
Al ver en su casa el resultado final del trabajo puede que sí se percatara. Me lo imagino frente a la tele abrazado al cojín del sofá enterrando de vez en cuando la cara en él y susurrando un; "Dios mío, qué vergüenza". Porque sobre todo, cuando hace del clon Gadget, es para dejarle de hablar en público en caso de mantener una amistad; que la imagen que da uno en el barrio vale mucho.

Y la culpa de todo la tiene el propio Matthew por participar en un largometraje no animado de la Walt Disney Pictures; empresa empeñada en tratar como a estúpidos a sus fieles seguidores. El guión es de lo más plano que he visto en mucho tiempo. Construido sin estrujarse demasiado la mollera con la única intención de explotar lo visual; a ver si es que a la compañía le tocó bajo la tapa de un yogurt Hacendado un premio de "efectos especiales gratis valorados en un millón de euros", y por darle uso se sacaron de la manga con prisas esta porquería.

Había también algo que me molestaba tremendamente. Se me hacía muy pesado: era esos sonidos típicos de la animaciones antiguas. Esas que cuando pestañea se oye un ruidito o cuando gira la cabeza suena un muelle. Y no pasaba porque él fuese mecánico. Las tonterías suenan hasta en los 100% humanos.


Entre lo simplón del guión, lo limitado de las frases, lo lamentable de las interpretaciones y lo machacante de los ruiditos a lo "correcaminos", el resultado final se antoja de una calidad denunciable.

Aunque es verdad que películas como estas son necesarias para apreciar el buen cine aún más cuando te tropieces con una de calidad.