Parecería que ciertas tradiciones no cambian, por lo menos en apariencia. Aún podemos volver a disfrutar de aquellas leyendas que nos sabemos al dedillo pero que aún prevalecen como productos siempre frescos. Esto no significa que a una vieja historia no se le puedan hacer arreglos, o ajustarla a nuevas convenciones. El problema radica allí, en la elección de los nuevos aportes y en como se ajustarán al mito recontra manido pero siempre vigente que todavía nos convoca a las grandes salas.

El hombre lobo sabe que debe respetar determinados aspectos que hacen a la columna vertebral de una historia funcional para el espectador, no por nada la peli se maneja, y no solo a nivel técnico o de ambientación, sino también por los diálogos, con ese espíritu solemne que parece viejo, pero que aún, por una de esas extrañas razones que se me escapan, funciona, y mucho. Que curioso: la peli suma desde lo que ya nos sabemos al dedillo; reproduce la fórmula casi con displicencia y sale ganando. Salvo por una cosa...

Podemos ir a cualquier tienda de disfraces y encontrar una máscara de hombre lobo que nos vaya de pelos, y por más ridícula que sea sabemos que si pescamos desprevenido a alguien le daremos un buen susto. La peli se olvida de esto, o equivoca su camino: se distrae, dando por hecho que ya nada de esta historia puede sorprendernos y la ajusta, como si careciera de algo, en pro de la acción, la digitalización y el movimiento convulso de la cámara.
El hombre lobo nos es presentado a los veinte segundos de empezada la peli, no importa el mito detrás de esa extraña transformación, importa cuantos matará antes de que termine la peli. Grueso, que muy grueso error.

Ojo, esto no es incompetencia, es un simple error de concepto, pero al resultado final de El hombre lobo, con sus ajustadas actuaciones, con sus notables tratos técnicos, le termina saliendo carísimo.