Glee es uno de esos casos en donde uno huele a kilómetros como los productores excarvaron para encontrar nuevas formas de expresión, productos frescos para un público ya muy de vuelta en lo que a series de tv respecta. El resultado es satisfactorio.

La vida, tanto en conjunto como individualmente, de un coro sólo puede dar a luz una serie coral en donde los protas se vayan turnando con sus manías, sus virtudes y sus defectos. Los personajes elegidos, aquí sí, representan una nueva fórmula: los diferentes, perdedores, incapacitados, personas no "bonitas", como salidas de un casting clandestino y ya Glee ofrece algo raro: no puedes ver por primera vez la serie sin sentir que algo no cuaja. Luego te acostumbras, porque...

El trabajo musical es la base de la serie y realmente el producto artístico es de una sobriedad admirable. Es necesario notar que así como se producen los clásicos enredos, estos no responden a estructuras trilladas sino que buscan la manera más novedosa y efectiva para contarlo.

Por último, y esto es importante: la humildad que se respira en cada episodio. Acá el sector de los "ganadores" no está resaltado como superficial ni el sector de los "perdedores" abunda en su sistema de valores. Glee vuela bajo, aspira a la simpleza más efectiva, fresca y blanca. Y lo logra.