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México México · Guadalajara, Jalisco
Voto de Sergio Espinoza:
8
Comedia. Thriller Un guionista (Colin Farrell) busca inspiración para su próximo trabajo, en el que dos excéntricos amigos (Sam Rockwell y Christopher Walken) planean secuestrar a un perro. El asunto se complica cuando el animal de compañía de un mafioso desaparece. (FILMAFFINITY)
10 de abril de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una suerte de entramado post-tarantiniano, el dramaturgo devenido en cineasta Martin McDonagh vuelve a dividir a audiencia y crítica en torno al visionado e interpretación de su segundo largometraje de ficción; Seven Psycopaths and a dog, una pieza de difícil categorización en cuanto que, a diferencia de su predecesora In Brugges, directa y ordenada, en ésta hay una suerte de disparate narrativo premeditado, a través del cual McDonagh va tejiendo una compleja y rica textura de personajes y situaciones que tocan tópicos que van desde la amistad y la venganza, hasta los sueños y el impulso de auto-destrucción presente en la psique humana.

Colin Farrell y Sam Rockwell son las referencias inmediatas en el universo de la cinta. El primero, un guionista alcohólico con una suerte de crisis creativa; el segundo un secuestrador de perros con un sibilino sentido del humor y la cabeza llena de un sinfin de sorpresas. La desaparición de un costoso perro propiedad del cabecilla de un grupo mafioso de Los Angeles provoca el entrecruce de historias en un collage narrativo al más puro estilo de "Pulp Fiction", pero con una diferencia. McDonagh,, a diferencia de Tarantino, está verdaderamente preocupado por la psicología de sus personajes, mientras el genio de Tennessee, en contraste, busca ponderar el valor del lenguaje cinematográfico a través del ingenio narrativo y de lo sustanciosos de los diálogos, pieza clave de su literatura. En este sentido, McDonagh busca alimentar su cine de la rigurosidad dramática y la atención en el detalle, del arte teatral.

Poderosas son las actuaciones de Sam Rockwell y Christopher Walken (a su lado, Farrell es apenas un patiño), cuanto más porque ellos proveen la materia onírica en la que descansa la creación literaria del guión que debe entregar Marty, nuestro alcohólico guonista. Las historias del cuáquero y el asesino, además de la de la autoinmolación del monje budista no son sólo verdaderamente magistrales como subtramas surrealistas , sino la exposición de que, en un mundo de crimen, locura y violencia, lo que verdaderamente está haciendo la colectividad es tender a la auto-destrucción. En más de alguna ocasión, además de las secuencias referidas, se hace mención al suicidio. El suicidio, tema tabú de la civilización occidental, ha sido desterrado de la temática adyacente a la cinematografía hollywoodense, por lo que no resulta sino deliciosamente irónica la escena en la que el personaje de Rockwell le dice al de Farrell que lo ha rescatado de sus ideas suicidas, a lo que el segundo responde, alterado: "yo no tengo ideas suicidas". El impulso de Tánatos está presente en la psique del psicópata, del criminal y del pacifista. Está presente en el mundo de los sueños, de donde más le valdría no salir. Transpira todo el metraje un aire de angustia existencial terrible, a pesar del tono humorístico. Las atmósferas atosigantes son ensalzadas por la correcta fotografía de Ben Davis, en balance justo con el ritmo y el estilo visual de McDonagh.

En realidad, Marty es el vehículo de la ironía. Empuña la pluma alimentado por el alcohol, quiere una historia pacífica pero se ve envuelto en un infierno de violencia (física y mental), y además roba descaradamente historias y carga el prejuicio moral a dónde quiera que va. McDonagh no está haciendo otra cosa aquí que denunciar la práctica común del guionismo en Los Angeles. No deja de ser inusual que sea irlandés. En algún filme de Scorsese alguién citó a Freud: "los irlandeses son los únicos inmunes al psicoanálisis". Marty Faranan (recordemos que a Scorsese le llaman cariñosamente "Marty") sería el único personaje inmune, porque no exorciza sus pequeñas diabluras mentales. Cosa que sí hacen Billy Bickle (¿les suena el apellido?) y Hans Kieslowski (otra referencia de McDonagh a sus ídolos), y ante todo, Charlie Costello (el apellido más citado en la mafia norteamericana, al parecer), y del más allá onírico, donde cohabitan el reverendo cuáquero y el ambivalente psicópata budista.

Con todo, el filme tiene algunos tropezones. Los personajes femeninos nunca terminan de funcionar (algo que ya acusaba McDonagh en In Brugges), Woody Harrelson está muy sobreactuado, hay un exceso de parafernalia en ciertas situaciones (o como dirían algunos, onanismo mental) y en general, el filme adolece de falta de tijera en el cuarto de edición, puesto que hay algunas escenas que sobran y sólo entorpecen el fluido talante narrativo, minucias todas que hay que pulir, si el señor McDonagh desea convertirse en el Tarantino británico de la próxima generación.
Sergio Espinoza
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