No se crean que solo es cuestión de cine de autor, Sundance festival y todo ese rollo cultureta, que no lo discuto, pero aquí también hay una historia. Sí universal; el amor con sus intrigas, traiciones y secretos. Y dado que los diálogos son minimalistas, los personajes parecen salir del dibujo de un cómic por su estática expresión y su ausencia de emociones que Park Chan-wook controla con mano férrea, nos despoja de envolturas para quedarnos con la virtud del cine: transmitir a la vida una historia en imágenes y ahí lo borda con esa búsqueda del plano imposible, esa preparación de escenas en las que todo detalle visual está muy cuidado, esa coreografía de personajes moviéndose ante la cámara perfectamente sincronizados, todo un deleite para la vista y la mente.
Confieso que vi esta joya durante tres días (que les voy a contar de horarios laborales, conciliación familiar y doméstica, horas de sueño) y cada uno de esos días estaba deseando que llegara la noche cuando disponía de la tranquilidad que me permitía evadirme de la realidad con el cine y tras su visualización me quedó ese sentimiento amargo de pérdida que se va renovando poco a poco por el dulce de la ilusión al encontrar otra película que me atrape durante unos días.