El 22 de noviembre de 1963, fallece en Hospital Memorial Parkland de Dallas, JFK tras perder parte de su masa encefálica durante un absurdo itinerario en Dallas. Los hechos ya los conocemos: a su muerte, le sucedió Lyndon B. Johnson.

Magnicidio, golpe de estado o ajuste de cuentas por parte de la mafia. Lo que si es cierto, es que a Kennedy lo mató todo el mundo y él solito se murió: carecía de ningún tipo de apoyo dentro de su propio gobierno y de las estructuras de poder del Estado, (CIA, FBI, Pentágono) y razones no le faltaban a los halcones del Estado, (Hoover, Johnson) pues consideraban al joven presidente un mero trapo dominado por su adicción al sexo, católico empedernido y débil mental, (Crisis de los Misiles Cubanos, Desastre de Bahía Cochinos, Gatillazo en Vietnam, etc, etc...) el clan Kennedy representaba para la primera potencia del mundo una amenaza real y carecían de ningún tipo de resorte sobre el que apoyarse más allá de la opinión pública obnuvilada por el jóven y apuesto presidente y un Secretario de Defensa, (Robert McNamara) más pendiente del desastre de Vietnam que prevenir a su comandante en jefe lo que se le venía encima.

Quien perpetrara tal atroz asesinato, siguió punto por punto el maquiavélico silogismo de: "Cuando se hace daño a otro es menester hacérselo de tal manera que le sea imposible vengarse."

Oliver Stone no se corta un pelo, al realizador se le ve totalmente desatado y con ganas de cortar el traje a toda una administración y establishment de genocidas. Desde el inicio con el mítico discurso de despedida del Presidente Dwight Eisenhower, al cineasta se le ve con ganas de triturar a todo y a todos.

Como únicos puntos negativos: el ritmo es caótico y se necesita armarse de paciencia para abordar la película con ganas. Y por otro lado, si bien es cierto que a Kennedy lo mataron una jauría de hienas hambrientas de poder, no menos cierto es que el retrato que hace Stone es maniqueo e infantil: Kennedy no era una hermanita de la caridad, era el presidente de la primera potencia mundial y como tal, se comportaba: era el petit enfant que presidenciaba orgías con su hermano menor Robert Kennedy, plagiario y embaucador... Era el Marco Antonio del siglo XX, un producto del marketing salido directamente de la fábrica de moneda y timbre; un villano amado y odiado a partes iguales.

Pero a pesar de éstas dos pequeñas licencias que se toma Stone, es innegable la maestría en el libreto y la falta total de miramientos por mostrar ante el mundo, y de una forma quirúrgica, la gran mentira de los Estados Unidos de América. Siendo realmente memorables el encuentro con "Mr. X" y el alegato final en el juicio: brillante.