En realidad no sé muy bien por qué me ha gustado tanto esta película cuyas claves, si es que las tiene, se me escapan por completo. Supongo que tienen razón quienes resaltan la falta de coherencia entre el primer cuarto de hora y el resto de la historia. Uno no llega a entender nunca del todo el porqué de la extraña fascinación mutua entre el adolescente de familia bien encarnado por Jules Porier y la camarera protagonista, que interpreta Marta Nieto.
Y, sin embargo, lo cierto es que me mantuvo pendiente de la pantalla durante cada segundo de proyección. Lo cual, dicho sea de paso, es casi lo máximo que puedo decir de una película.
Uno espera que al final todo se aclare, pero cuando se encienden las luces se encuentra con las manos vacías. Ignoro si ha sido precisamente esa la intención del director. He leído unas cuantas críticas y el desconcierto parece ser el denominador común de muchas de ellas. Pienso que, buscada o no, justamente en esa impresión de haber sido víctima de una especie de encantamiento reside parte del impacto que deja esta historia. El director no te da absolutamente nada de lo que parece estar prometiendo a lo largo de las más de dos horas que dura la obra y, a pesar de todo, uno no termina con la sensación de que te han dado gato por liebre. Tal vez porque la interacción de los dos personajes principales está narrada con tanta competencia que uno llega a desentenderse del desenlace.
Se me ocurre que gran parte del mérito corresponde al trabajo de cámara, que consigue hacer del paisaje una especie de tercer protagonista, además de reducir las escenas de interior a sus elementos esenciales. En cuanto a la interpretación, lamento ser un aguafiestas pero, en mi opinión, la interpretación de Marta Nieto deja bastante que desear. Sobre todo en las escenas iniciales que, por lo visto, pertenecen a un corto anterior, me pareció que sobreactuaba ligeramente. Por el contrario, tanto Jules Porier como el resto de los actores están impecables.