Un años después de adaptar para el cine una novela de Robert Harris (El escritor, 2010), Roman Polanski hace lo propio con una obra teatral de Yasmina Reza. En este nuevo trabajo, una pieza de cámara con únicamente cuatro actores, el realizador polaco se sirve de una reunión aparentemente banal de dos parejas que tratan de arreglar el conflicto provocado por una pelea entre sus hijos para diseccionar el comportamiento de la clase media occidental y de esta manera sacar a relucir la doble moral e hipocresía que existe en la sociedad.

Polanski se siente cómodo trabajando en espacios cerrados, y lo demuestra una vez más con este film que transcurre en su totalidad en el piso de una de las parejas protagonistas. Dada su estructura claramente teatral, la fuerza e ingenio de los diálogos sustentan el mayor peso de la película, y la acertada elección del cuarteto de actores (una vez más sobresale un gran Christoph Waltz) contribuye a que la historia no decaiga y mantenga un mínimo interés.

Hay, no obstante, un punto de exageración melodramática que flota en el ambiente y hace que el film no sea todo lo redondo que podría llegar a ser. Si bien es cierto que se trata de una obra relativamente corta (no llega a la hora y media de duración), cosa que no permite un mayor desarrollo de personajes ni situaciones, hay momentos en que las reacciones de los protagonistas parecen demasiado forzadas, poco creíbles. Como si al director, igual que les sucedes a los personajes a medida que van bebiendo whisky, el film se le fuera ligeramente de las manos a medida que avanza. Por suerte, y cuando el argumento da indicios de empezar a saturarse, el director tiene la inteligencia de terminar la película, dejando una agradable sensación de originalidad y buenas interpretaciones al servicio de una obra funcional pero eficaz.