Thomas Vinterberg filma con The Hunt una poderosa película que deja un poso duradero tras el visionado. Y hace pensar durante y tras el mismo, lo cual es siempre de agradecer. Si bien el delicado tema a tratar es de una complejidad evidente, Vinterberg se las apaña para que su película perdure y sea alabada. Virtudes no le faltan, empezando por la brillante interpretación de ese gran desconocido pero famoso villano en otras producciones llamado Mads Mikkelsen.

Poco a poco, y mientras nos adentramos en esa pequeña comunidad de la que es miembro el personaje de Mikkelsen (Lucas) lo hacemos igualmente en la invisible soga que comienza a apretar su cuello. Una mentira infantil de una niña de cara angelical desata la violencia y el hundimiento progresivo de un ser humano. Algo tan terrible como los abusos a menores, lo peor de lo que puede ser acusado alguien, es el desencadenante.

Desde ese momento y paulatinamente, asistimos con impotencia al destierro y linchamiento social de una persona inocente, un hombre bueno que comenzaba a rehacer su vida y que verá como en un solo momento su lugar en el mundo queda eliminado. Para ello Vinterberg se vale de potentes secuencias que nos hacen participes de la frustración de Lucas. Y a pesar de no resultar un guión precisamente original, eso unido al gran trabajo de Mikkelsen es lo que hace de The Hunt un film memorable.

Por otro lado, los aspectos mas oscuros y bajos del ser humano quedan retratados en el metraje. "Hay mucha maldad en el mundo" llega a decir entre lagrimas uno de los personajes de la cinta, y el espectador recibe una vergonzosa muestra de ello. El ser humano puede atesorar bondad, altruismo e inocencia, pero tambien una enorme maldad. Vinterberg se toma 2 horas para recordárnoslo y filmar una de las mejores películas del año.

Lo peor de The Hunt son algunas miradas por encima del hombro de la prensa especializada que la consideran un simple telefilm por el tema que trata. La película es mucho más que eso. Una tremenda radiografía social y una escalofriante muestra de que todos podemos ser víctimas, y lo más impensable: que un niño sea el detonante de nuestro hundimiento vital. Unido a todo ello, queda implícito otro mensaje: la sociedad tiene aún demasiadas cosas que aprender para considerarse avanzada y racional.