Quizá sea el haber pasado unos días de vacaciones y descubrir que eso se acaba, quizá sea el desarreglo hormonal, quizá sea desear que los que quieres bailen y ahora no puedan hacerlo, quizá sea el avance imparable del calendario; no estoy muy segura del motivo o razón, pero he de reconocer que, aunque sea sutilmente, esta película me ha tocado con un algo que no sé.

No mentiré si digo que falta algo de conexión entre actores, guión y personajes en general, no mentiré si digo que Richard Gere parece que tenga un puñado de papas semimasticadas encerradas en su pequeña boca cada vez que baila, pero tampoco mentiré diciendo que no la he bailado con ellos. ¡Pero qué diablos! Es perfecto como bailarín porque nuestro señor protagonista hace de novato cincuentón y se desenvuelve como la historia se plantea: es más seguir el ritmo de la pasión que te devuelve a la vida que la perfección sofisticada en cada movimiento. Es latir y Richard late y Jenni late, incluso Tucci and company laten como tambores.

Hoy he vuelto de las vacaciones a un trabajo que, aunque me puede llegar a motivar, se está agarrando como mala hierba. Hoy he tenido prácticamente durante todo el día la misma cara que Don Richard Gere al comienzo de la película, una cara que cada vez se repite con más frecuencia, la misma cara que pones cuando algún conocido te pregunta qué tal y tú contestas bien (simplemente "bien") y eso me ha calado. He mirado sus ojillos de ratón y ha saltado la chispa.

¿Qué tiene que tener esta película para que se salve? Tiene que tener un baile. Ella es tu pareja que se moverá siguiendo tus latidos. Si te dejas llevar, habrá conseguido su objetivo y no hay que mirar nada más. Ni siquiera podría tener más relevancia el culo de Doña Jenni López, que madre del amor hermoso, qué bien puesto lo tiene.