Si alguna vez, por causas externas al entendimiento común, me viera envuelta entre un aluvión de animales que maten al ser humano en grupo y pudiera elegir la especie a la cual enfrentarme, sin duda me enfrentaría a estas lanudas monadas. Son tan entrañables que es difícil pensar a qué se dedican.
El gore desde luego que ha adquirido caché. El ambiente pobre visual es sustituido por imágenes limpias y claras, vamos, que el presupuesto destinado a este tipo de películas ha aumentado y desde lo más profundo de mi corazón espero que la cosa no decaiga.
Una familia se dedica a la ganadería bobina. Uno de los hijos, el protagonista, sufre en su niñez una broma de parte de su malvado hermano mayor que le lleva a desarrollar un miedo irracional y extremista hacia las borrillas: ovejafobia. Sus miedos le alejarán del hábitat rural pero años después se ve obligado a regresar y no le quedará más remedio que enfrentarse a sus fantasmas. Además, lo hará a lo grande, ya que será en medio de un rebaño de ovejas asesinas.
Desde luego es una historia que tiene los elementos básicos de una buena película gore: hay escenas asquerosas (pero no saturan), aventuras (el héroe –persona con algún tipo de miedos: sería más bien un antihéroe- se enfrenta al villano superando sus aprensiones) y humor, mucho humor.
Lo mejor es ver a esas criaturitas tan simpáticas atacar a lo beeestia y lo peor es que falta algo de fuerza. Me explico: cuando una oveja ataca, en ocasiones parece que no ejerce presión en la lucha con el humano como con el amigo granjero. Cuando se enzarzan parece que sólo la sujeta como si de un vulgar peluche se tratara… claro, que esto es otra característica de gore/ serie B o Z o alguna letra del abecedario que les apetezca usar: cutrez.
¡La cutrez manda!
¡Qué vivan este tipo de películas!
Nota mental: con cervezas y amigotes es más divertida… jejeje.