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España España · Madrid
Voto de Penguin:
8
Cine negro. Intriga. Drama En los oscuros años de la Gran Depresión, Michael Sullivan (Tom Hanks) es un asesino a sueldo que profesa una lealtad inquebrantable a su jefe, el señor Rooney (Paul Newman), pero es también un buen padre de familia. Son tiempos duros en Rock Island, donde domina la mafia irlandesa, la Ley Seca sigue vigente y los gángsteres, especialmente Al Capone en Chicago, están en la cima del poder. Un día, inesperadamente, el hijo de Sullivan, ... [+]
6 de septiembre de 2016
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una calle azotada por la lluvia, apenas iluminada por las farolas. Siete hombres en gabardina salen del bar y se dirigen al coche. El chófer no abre la puerta, permanece inmóvil. Una metralleta comienza a disparar desde la penumbra, al inicio de la calle; nosotros sólo escuchamos la suave música que ha suplido el sonido ambiente mientras los hombres van cayendo como objeto de las balas. Sólo queda uno en pie, uno que ha permanecido de espaldas, negándose a enfrentarse a su agresor. Éste se acerca. El primero llora en silencio, y a mí se me parte el alma sólo con verlo; sabe que su hora ha llegado, y abraza su suerte. “Me alegro de que seas tú”.

La relación triangular entre el hijo que al padre le hubiera gustado tener, el que le ha tocado y él mismo me evoca a la de ‘Gladiator’ entre Crowe, Phoenix y Harris, sólo que rehuyendo el tono épico de Ridley y a raíz de unos personajes mucho mejor trabajados. John quiere a Michael más que a su propio hijo, al que desprecia por inepto; pero a la hora de la verdad, la sangre pesa, y si hay que elegir, quizás no se puede elegir lo que uno querría, sino lo que toca.

La descrita en el primer párrafo es una de las mejores escenas que he visto nunca en cine, y también una de las que más me han emocionado. Quien me conoce sabe que nunca derramo una lágrima al ver una película, y hasta la fecha sólo ‘Papillon’ ha logrado ser la excepción a la regla. Reniego de los dramones, y detesto las frases pomposas como “El amor es no tener que decir nunca lo siento”. Y sin embargo, yo encuentro la emoción suprema en una película de gangsters. En ella veo a uno de los mejores actores que el cine dado nunca en un papel estupendo, firmando la mejor actuación crepuscular que ningún gran actor ha disfrutado nunca. Paul llora, y con él lloro yo, aunque sólo sea por dentro: por el fantástico personaje que ha construido y con el que empatizamos al 100%, por la dolorosa resolución a una confrontación que no podía acabar bien y por el colosal broche a la carrera de uno de mis actores predilectos.

La fotografía, que colma LA ESCENA, es majestuosa a lo largo de toda la película. Suelo prestar poca atención a este componente, pues suelo percibir que la foto parece hacer la guerra por su cuenta para el lucimiento de su responsable, o que simplemente trata de esconder la vacuidad dramática. Sin embargo, en ‘Camino a la perdición’ siento que todo está donde debería, que no me sobra (ni falta) nada, que no hay plano de más para que nos fijemos en la belleza del paisaje. Realmente creo que la fotografía de esta película, con su fabuloso juego de blancos y negros, de contrastes y difuminados, debe ser (y es) estudiada en las escuelas de cine.

Sam Mendes, que en su corta carrera cuenta con dos peliculones (‘Camino a la perdición’ y ‘Revolutionary Road’) y una notable sátira (‘American Beauty’), como también algún tropiezo (‘Un lugar donde quedarse’), se ha convertido en uno de mis directores predilectos, un tío del que siempre espero más que el resto. Sin embargo, no ha llegado hasta aquí marcando una línea de autor, sino demostrando una amplísima gama de registros: en ‘American Beauty’ ofrecía una colorida y agridulce sátira del American way of life; en ‘Camino a la perdición’ relata una historia negra y fría de gangsters y venganza; en ‘Jarhead’ se sentó a no contar nada sobre la guerra en que no pasó nada; en ‘Revolutionary Road’ narraba una desgarradora historia de ilusiones rotas, volviendo a atacar las bases de la sociedad americana; en ‘Un lugar donde quedarse’ no sabemos muy bien qué hizo. De un modo u otro, nos ha acostumbrado a degustar siempre caviar, y a falta de que se despida del agente 007, que a algunos nos la repampinfla, parece complicado sacarlo de un top-10 de cineastas en activo. En la película que nos ocupa, Mendes construye su Torre de Babel sobre el excelente guión de David Self, dotando al contenido de una atmósfera turbia y deprimente que oprime los corazones de sus personajes.

En el apartado actoral, a la sombra del colosal Newman figuran un gran Tom Hanks y un Jude Law que nunca ha sido santo de mi devoción, pero que aquí logra construir a un personaje muy interesante a partir de su casi sádico temple en situaciones extremas. Tan sólo la anémica interpretación del joven Tyler Hoechlin supone un pequeño lunar.

“Cuando la gente me pregunta si Michael Sullivan era un hombre bueno o si en él no había ni una pizca de bondad, yo siempre doy la misma respuesta: era mi padre.”

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“En esta sala sólo hay asesinos […] Ésta es la vida que llevamos, la que elegimos, y sólo hay una cosa segura: ninguno veremos el cielo.”
Penguin
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