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Voto de John Dunbar:
9
Drama En el año 1901, en una finca del norte de Italia, nacen el mismo día el hijo de un terrateniente y el hijo de un bracero que serán amigos inseparables, aunque su relación se verá nublada por sus diferentes actitudes frente al fascismo. Drama que hace un complejo recorrido político y social por la Italia del siglo XX. (FILMAFFINITY)
9 de octubre de 2022
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
De ricos y pobres o de cómo Bertolucci expresa sobre el trabajo en el campo, las relaciones humanas de quienes ostentan el poder económico y aquellos que, bajo una suerte distinta, se hallan al abrigo o al capricho de los primeros, con el ascenso paulatino y desafiante del fascismo italiano frente al comunismo internacionalista como actores sociales determinantes. Con el brío de quienes mandan, la historia abarca desde el inicio justo del pasado siglo hasta el final de la II Guerra Mundial, una finalización por las bravas con el desapego clasista del movimiento obrero sobre el patrón. Durante ese casi medio siglo el director italiano nos brinda bajo el distintivo de narración histórica, el apogeo y caída de la familia Berlinghieri, primero con el abuelo (Burt Lancaster), luego el padre (Romolo Valli) y, por último, el hijo (Robert de Niro), familia de alta alcurnia de la campiña italiana. La proyección que supera las cinco horas, está dividida en dos partes prácticamente de la misma duración: en la primera de ellas, la intensidad pasional o las relaciones familiares predominan ante los visos que empiezan a vislumbrarse de cambios políticos y sociales. La I Guerra Mundial, anclada dentro de esta primera mitad, empieza a avisar de los aires de cambio que circunscriben en el tramo final las relaciones generales y las de Alfredo (Robert de Niro) y Olmo (Gerard Depardieu) en particular, desnaturalizadas en un principio como hijos de patrón y obrero, respectivamente. La infancia interactúa en favor de la igualdad sin distinción de clases ni bienes, sin embargo y ya adultos, la situación que se vive tanto dentro como fuera de Italia empieza a ser cada vez más relevante en todos los ámbitos, quedando supeditada la relación de ambos a ese marco de cambios tanto como al origen al que, de un modo u otro, se deben.
Después de una pequeña apertura de un futuro que aún no comprenderemos, pero que haremos, sin duda, más tarde cuando todo cobre sentido, todo nace con el cambio de centuria que inicia, lenta pero segura, toda esta tragedia. ¡Verdi, ha muerto!, anuncia un vocero y no es baladí el momento elegido. Como si la Parca hubiese venido a llevarse algo más que la figura del insigne músico, acaba resultando el augurio de lo que se avecina y aún no se adivina. Se vienen tiempos de cambio, de revolución proletaria sobre la figura del patrón que comienzan sobre quien todavía lleva las riendas de la hacienda. Un cada vez más decrépito y senil Burt Lancaster, rentabiliza su corta aparición como amo de la misma, atestiguando, por de pronto, con timidez, el principio del fin de una forma de entender colectivamente la vida y cómo se ajusta el trabajo dentro de ella, cediéndole el testigo hereditario a su hijo Giovanni, menos respetado, menos temido que su antecesor, quien termina siendo el primer testigo directo de la rebelión de los trabajadores.
'El campo es de quien lo trabaja' comienza a ser el mantra posguerra que trae consigo la advertencia de profundos cambios sociales con los que termina la primera parte y arranca la segunda, donde los explotados campesinos, repercutiendo de manera obvia sobre ellos la revolución bolchevique, se amotinan contra sus amos y éstos, tensan la afrenta con la aparición de los camisas negras y el auge del fascismo en Italia. Este clima de tensión social, afecta a una sociedad que se ve obligada a la división, así como a los antes mencionados Alfredo y Olmo, que han dejado de ser unos niños que juegan y resuelven sus inocentes disputas lejos aún de responsabilidades, para ser unos adultos absorbidos por el tiempo del que son testigos y protagonistas. Alfredo, que no está por la labor de ser partícipe de las costumbres señoriales y, además, vive pretendiendo estar ausente de cuanto le rodea, poco a poco irá siendo siervo de su legado mientras que su viejo amigo Olmo, esclavo de una ideología de la que ni puede ni quiere escapar.
El enfrentamiento civil estalla, las calles se llenan de propaganda y los antiguos amigos serán el reflejo individual de un tiempo que afectaría a todo y a todos. Antes de morir, Giovanni, padre de Alfredo, pone de intermediario de la hacienda al capataz Attila (Donald Sutherland), hombre clave en el creciente ambiente de subversión ideológica. Lo realza igual que lo padece, pretendiendo hacer subsistir una hegemonía que toca sus últimas notas. Su violencia contagia y su demencia oculta culpas que su malicia impulsa hacia otros derroteros.

Bernardo Bertolucci describe el crucial panorama político sin inflexiones ni melindres, incidiendo directamente en el comportamiento de las personas y en los hechos que ocasionan. El campo es absolutamente protagonista para dar fe de cómo cambian los tiempos sobre los mandados y los que mandan, un cuadro de personalidades adheridas a unos posibles (o ausencia de ellos) que terminan por ser víctimas y verdugos de su proceder, tanto como del tiempo que les toca vivir.
El director italiano, que ya había escandalizado con 'El último tango en París', vuelve a no escatimar en elocuencia con su puesta en escena y para dar mayor énfasis a los múltiples instintos, es tan gráfico como se le ocurre. Le gusta el desnudo, el sexo y el oprobio, éste último con el escarnio público por bandera para mostrar en toda su realidad, repulsión incluida, el punto de extremismo que el contexto histórico impone. Es su gran obra, junto a la oscarizada 'El último emperador', gustosa en recrear sin tapujos en primer término la esclavitud de las doctrinas y en segundo la de las pasiones, que se ven sometidas especialmente sin remisión en alguno de los personajes. Un drama social y familiar que vive bajo el contexto político de la historia contemporánea que afecta a todos sin discriminar por razones de condición, solo que los resultados, no acaban siendo para todos igual, en unos desafíos generacionales que con violencia acatan una transición como sociedad marcada para siempre.
En su epílogo, conoceremos la respuesta.
John Dunbar
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