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Voto de John Dunbar:
9
Terror Año 1838. En la ciudad de Wisborg viven felices el joven Hutter y su mujer Ellen, hasta que el oscuro agente inmobiliario Knock decide enviar a Hutter a Transilvania para cerrar un negocio con el conde Orlok. Se trata de la venta de una finca de Wisborg, que linda con la casa de Hutter. Durante el largo viaje, Hutter pernocta en una posada, donde ojea un viejo tratado sobre vampiros que encuentra en su habitación. Una vez en el ... [+]
21 de mayo de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cambio de denominación es sabido que no fue por obligación, sino más bien por voluntad propia disfrazada de oportunismo, para qué negar la realidad y no empezar llamando a las cosas por su verdadero nombre. En esos días en que el sonido aún no había hecho su aparición en el incipiente séptimo arte y no muchos años después de fallecer el padre de la criatura (Bram Stoker), el cine alemán, de la mano de Murnau, alumbró la primera película sobre el mítico conde transilvano y una de las obras que serviría de fuente de inspiración y referencia para infinidad de cineastas que vendrían detrás. Después de cambiar título, nombres y localizaciones originales, tras su estreno se vio envuelta en problemas por el impago de los derechos de autor correspondientes hacia la viuda de Stoker, lo que estuvo a punto de echar al traste con todo y hacer que todas las copias fuesen destruidas.
Ironías de la vida, si algo así hubiera sido una realidad, puede que los herederos del escritor irlandés hubieran visto cómo se hacía justicia, pero eso habría privado del reconocimiento popular de la novela a los niveles que hoy día contempla. Es posible, muy posible, que otro hubiera llegado años más tarde y, de manera legal, hubiera visto con acierto las posibilidades de la novela y pasara a ser el primero en convertirla en imágenes, algo que no deja de ser una hipótesis que nunca sabremos.
La verdad que se contempla es que para evitar los derechos de autor, entre otros diversos cambios, el conde Drácula pasó a ser el conde Orlok que no viaja de Transilvania a la Inglaterra victoriana sino a la ciudad danesa de Viborg transformada en la ciudad ficticia de Wisborg.

Por delante de polémicas legales y cambios pertrechados para tratar de esquivarlos se encuentra el legado. Un legado que originó la galería de monstruos de cine universales que tenemos hoy día, adaptados todos decenas de veces. Siendo ésta la versión más valorada por ser clave del expresionismo alemán y todo aquello que ostenta artística y técnicamente, no es aquella que más me haya encandilado. Bajo la figura desgarbada del actor alemán Max Schreck encarnando al conde Orlok, se esconden algunas de las imágenes más icónicas del séptimo arte. Muchos de esos planos usando en su beneficio la figura alargada, casi cadavérica, de Schreck para los claroscuros, se quedan en la retina y algunos de ellos forman parte de la colección de escenas fácilmente reconocibles de la historia del cine. Lo que más a gusto personal me convence es su opción de la exposición del relato más tendente hacia lo siniestro que hacia lo romántico. Eso sí, la opción segunda, menos fiel al escrito original de Stoker, es la que en las versiones muy posteriores de John Badham y, en especial, la de Coppola, más se disfruta y más se aproxima con su particular punto de vista a encontrarle un sentido alternativo y justificado al viaje que el conde hace y lo que él mismo representa.
'Nadie escapa a su destino' le dicen a Hutter (Jonathan Harker originalmente) antes de su encuentro con Knock, el perverso agente inmobiliario que le induce a partir hacia Transilvania. Toda una premonición en cualquiera de los sentidos que se mire.
John Dunbar
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