Aquello que parecía imposible a este lado de la pantalla (lo de dejar olvidado al pequeño Kevin solo en casa como quien se olvida de apagar el horno), al otro, se contempla el despiste mayúsculo con inusitada veracidad. Grandioso despiste, como todo lo que trajo consigo. Eso mismo debió pensar la mayoría cuando, con el refrendo de la taquilla y los beneficios en la mano, se dispusieron a hacernos creer que tremendo lapsus podría repetirse. Pero el error no podía desarrollarse de la misma forma, pensaron con acierto (por más que los efectos acaben siendo los mismos). Por esta vez, en un juego de trileros para el pobre Kevin McCallister y para angustia de sus progenitores, nosotros somos felizmente engañados de nuevo con el ejemplo sobredimensionado de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.
Tanto es así, que si se repite la jugada por un lado, ha de repetirse por el otro. Los avatares del destino son ejecutados con cuanta sorna es capaz, para que traviesa víctima infantil y ladrones tan tenaces como faltos de luces vuelvan a cruzarse para gracia nuestra.

Divertida secuela de igual efecto y menor sorpresa, que se las ingenia para garantizar las mismas carcajadas, repitiendo patrones y con tan solo aumentar el escenario para la ensalada de mamporros gracias al binomio Hughes-Columbus. El tono familiar reconciliador bajo el espíritu navideño vuelve a ser la moraleja final, como no podía ser de otro modo.

Al menos a Harry y a Marv siempre les quedará el mínimo consuelo de haber recibido por igual. ¡Otra vez!