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España España · Sevilla
Voto de Musiczine:
7
Thriller. Acción. Drama Dos jóvenes, El Niño y El Compi, han decidido ir a Gibraltar para introducirse en el mundo del narcotráfico. Riesgo, emociones y mucho dinero para quien sea capaz de llevar sin sobresaltos una lancha cargada de hachís que vuela sobre las olas. Jesús y Eva, dos agentes de la Policía antidroga, llevan años tratando de demostrar que la ruta del hachís es una de las principales vías de penetración de la cocaína en Europa. Su objetivo es El ... [+]
31 de agosto de 2014
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Se aprecia admirablemente en EL NIÑO la cautela, la confianza y la precisión con la que Daniel Monzón resuelve el complicado trance de brindar al público un nuevo producto que ha debido apechugar con la responsabilidad de saberse situado cronológicamente tras un éxito de crítica y público como el que obtuvo CELDA 211, aquel brioso thriller carcelario mediante el que el autor de EL CORAZÓN DEL GUERRERO confirmaba su capacidad para la acción y la intensidad necesarias para inmiscuirse con dignidad en ese difícil género, desde luego poco frecuentado por los profesionales de nuestra cinematografía.

Monzón se ha tomado su tiempo para volver a situarse tras la cámara. El fenómeno CELDA 211 no le ha llevado a precipitarse intentando exprimirlo de cualquier forma. Y cuando ha tomado la decisión de involucrarse en el proyecto lo que ha hecho es plantearse un ejercicio de una exigencia narrativa y audiovisual mucho más arriesgada que la anterior. EL NIÑO es, de nuevo, un thriller, pero un thriller que, escenográficamente, se sitúa en las antípodas del film en el que Luis Tosar encarnaba al inolvidable Malamadre: el espacio cerrado, opresivo, candente y único de un centro penitenciario con salvaje motín irrumpiendo de súbito da paso aquí a la geografía abierta, marina, soleada, populosa, comprometida y problemática del estrecho de Gibraltar, ese límite o nido de víboras con maletín situado entre Europa y África.

El film, estructuralmente, dirime dos tramas bien distintas, que poco a poco acabarán confluyendo. La primera tiene que ver con los esfuerzos de un impulsivo agente de policía que lleva casi dos años empeñado en desmantelar a una importante red de narcotraficantes. La segunda persigue las peripecias de un par de jóvenes que, tentados por un tercero que trabaja para un peligroso grupo de contrabandistas marroquíes, decide montar por su cuenta una red de comercio de droga apoyándose fundamentalmente en la pericia y en la falta de temor de uno de los dos primeros, conocido como el Niño, que se encarga de ir de un continente al otro subido en su moto acuática.

Pese a que, como acaba de ser referido, la película traza ese doble itinerario argumental, pronto observamos como la segunda de ellas se apodera implacablemente sobre la primera. Quizás el mayor reparo que se le puede hacer al, por otro lado, notable material escrito para dar soporte al ejercicio es el evidente desnivel de interés y profundidad que se va evidenciando entre los dos seguimientos. El que atañe al agente policial y al caso que lleva entre manos no resiste la comparación con la soberbia autenticidad con la que queda capturada la tesitura que tiene que ver con el Niño y con el Compi.

No se puede decir en modo alguno que malogre u obstaculice el acontecer narrativo (Monzón, insistiremos, amarra con su cámara el alcance de esa fisura), pero sí que deviene en el vericueto narrativo más trillado, formulario y frío; digamos que, a excepción de la magnífica secuencia de arranque, todas las escenas que tienen que ver con esa singladura policial apartan al film de uno de sus máximos logros: la franqueza, el sigilo, la luminosidad y el arrojo con el que está observado y cazado el marco geográfico que engloba y condiciona toda la acción. Los recelos entre los agentes, los protocolos organizativos, las reuniones en despachos y oficinas chirrían frente al hálito aventurero, marino, bravío y desenfadado que supura el seguimiento a las peripecias de los tres jóvenes, especialmente, claro está la que tiene que ver con el sugestivo protagonista.

EL NIÑO, sin duda alguna, orquesta sus mejores momentos cuando se detiene en la contemplación de los propósitos de El Niño y El Compi. El realizador exhibe sin rubor y muy pertinentemente su querencia por ambos personajes sin que en ningún momento asome la más mínima tentación condescendiente. Los dos están descritos de una forma muy visual (la locuacidad del segundo frente al mutismo afilado del primero), muy arrimada, que da como resultado un auténtico regalo de pureza, naturalidad y reconocimiento. En ese sentido, cabe decir que la labor de los dos intérpretes, tanto el debutante Jesús Castro como el siempre soberbio Jesús Carroza, es francamente encomiable: el sentido alegato en torno a la amistad que concluye siendo el film lo fragua, lo alimenta y lo encumbra la limpia complicidad interpretativa que se estable entre ambos.

La película vuelve a incidir en uno de los rasgos creativos que más han destacado dentro de la filmografía de su autor: la voracidad escénica y el gusto por la narración. En ese sentido, cabe congratularse de que la desenvoltura, el temple ante lo arduo y la agilidad para la atención demostradas en CELDA 211 no sólo siguen intactas, sino que se dan cita aquí para brindar una puesta en escena colérica, cercana, exacerbada y sólida. Monzón da lo mejor de sí mismo en varias secuencias de acción espléndidamente resueltas, en las que su apuesta por un trato artesanal, real, físico, ajeno a cualquier atisbo de artificio digital y siempre adherido a las distintas expectativas de los personajes se antoja como elemento intencional sin el que la estruendosa verdad alcanzada hubiera sido posible.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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