Pues si, para saber tanto ese hombre nosotros nos quedamos in albis. En blanco.
El comienzo es esperanzador. En la estación alpina de Saint Moritz disfruta y se lo pasa en grande la aristocracia europea alternando concursos de eslalon con otros de tiro al plato y bailes suntuosos de etiqueta. En medio de la frivolité un asesinato rompe la quietud del lago. Un espía muerto.
El arranque de alguno de los episodios del Agente 007 con su licencia para matar.
Pero por muchas licencias cinematográfica que nos tomemos no son de recibo los interrogatorios de la policía, aunque sea la suiza, ni la frescura con la que entran y salen los paisanos de la habitación del muerto.
Demasiado infantil todo.
¿La trama? Ni idea, muy difusa. Sí, ahí están los malvados capitaneados por un magistral Abbott (Lorre), algo gordito y con una gran mecha blanca en el cabello se las pinta solo para meter miedo.
¿Qué buscan? Ni idea. Una de tantas cintas en las que la acción se come el argumento haciéndolo ininteligible y dejándonos en blanco.
¿Tensión? Escasa, insuficiente para arrastrar al espectador que no sabe si creerse lo que ve.
Personajes a medio hacer, personalidades inacabadas.
Buenas imágenes en la nieve y en el Royal Albert Hall de Londres. Fotografía de buena factura. Interpretaciones correctitas en general.
Bien la escena del dentista persiguiendo al paciente, persiguiéndose, para aplicar la anestesia vía inhalatoria. Cinco chelines por sacar una muela. Ridículo el enfrentamiento a sillazos
¿Suspense? Suspenso Alfred.
Recomendable solo a los fieles del maestro de la intriga que aquí patina bastante.